No los recordamos estos días a las ocho, y podríamos ser cualquiera de nosotros. No reciben otros aplausos que los de sus propias familias, pero estos resuenan tan fuerte en su reconocimiento que llegan hasta mi diario.

Coronavirus en Córdoba | Últimas noticias en directo

Son otros héroes y heroínas del coronavirus, tan cotidianos y fatigados que ni se ven. Me refiero a esas personas que cuidan en casa a enfermos por covid-19, diagnosticados con el test o no, pero que pasan los días encerrados, con la angustia de la fiebre y el dolor, el temor a empeorar, el añadido del confinamiento dentro del confinamiento, el miedo a contagiar a sus familias...

Pongamos María. Ella es una madre de cuatro hijos, de los que tres conviven estos días de encierro con ella y su esposo. Trabaja mediante este sistema de teletrabajo que a quien más y a quien menos tiene todo el día pringado, aunque entre conexión y conexión se pueda desinfectar la compra o preparar una ensalada. Su trabajo es, como ella, cualificado, así que nada de pasemisís. Pero hay que atender a los hijos, hay que limpiar y comprar, lavar ropa, cocinar, hablar con la familia a ver cómo está, desinfectarlo todo… Y atender a su marido, enfermo, encerrado en una habitación, desde la que, aunque ya ha superado el virus, no puede salir por el riesgo de seguir transmitiendo la infección.

Así que todo el peso de la atención en la enfermedad, aunque ya sea mínimo, recae sobre ella, al igual que el de su propio trabajo, de su familia y del encierro. Dudo mucho que haya tenido un segundo de aburrimiento desde que hace más de tres semanas nos quedamos en nuestras casas, y puedo imaginar la preocupación, el miedo y el estrés que habrá sentido y seguirá sintiendo.

Por eso mi aplauso es para ella, y para otras tantas (o tantos) que estarán haciendo desde sus casas una labor benéfica y agotadora de atención a los enfermos, a mayores dependientes, a hijos e hijas…

Son aplausos distintos, como el que se llevaron en Cañero el padre y su hija con trastorno del espectro autista mientras daban su paseo justo a esa hora de encuentro, que son las ocho de la tarde. No es necesario esforzarse mucho para saber que la gente buena está dando lo mejor de sí.