El propósito es no salir, pero, como no pertenecemos al grupo que ha hecho acopio de provisiones para la próxima década, siempre hace falta algo. Qué sé yo, naranjas, leche, algún detergente. Nos hemos hecho el propósito de salir lo menos posible. La basura, cada dos días o tres, las compras, al mínimo. El periódico es lo que nos pone en la calle, la visita al quiosco la consideramos esencial estos días (y ya de paso traemos cualquier otra cosilla). Pero no queremos entrar en las tiendas, guardar colas.

Desde la ventana, el otro día, presenciamos un estornudo desbocado, en el que el protagonista ni siquiera hizo amago de taparse la boca, ¡Olé! Si alguien pasa por su lado se lo lleva enterito. Y esto ha cambiado mucho, probablemente pasen años antes de que seamos capaces de estar cerca de algún desconocido del que no sepamos su estado de salud. Será, a la larga, uno de los grandes daños de esta pandemia a la humanidad.

Así que nos ponemos a hacer una compra por internet. Una horita, señores, dándole a la tecla. Cuando el proceso termina, resulta que el pedido (¡en Córdoba!) no nos lo pueden traer a casa hasta el día 6 de abril. Menos mal que hay un sistema más rápido para las personas con dificultades.

Así que la opción era deshacerlo todo y renunciar o asumir que hay que ir a recogerlo. Pero no en ese momento o ese día: la espera es de dos días y medio, lo que da idea de la saturación que sufren algunos almacenes. ¡Ajá! Eso sí, el servicio perfecto. Vas con el coche (y para tu desgracia, no encuentras ni un solo semáforo en rojo que te permita disfrutar un poco de la salida), lo dejas en el aparcamiento subterráneo, avisas dando a un botón y al rato te bajan tu compra.

Luego viene el lio. He forrado el coche por dentro de papel de periódico, no sé si eso sirve para algo. Deposito las bolsas, las bajo al llegar a casa. Las meto en el ascensor. Las dejo en el descansillo. Limpio el ascensor con desinfectante. Limpio cada cosa que he traído, bien con alcohol, bien con lejía rebajada. Las meto despacito en el vestíbulo. Luego entro yo y me quito los zapatos y los limpio. Luego friego el descansillo y el suelo de casa con lejía. ¡Menos mal que me van ayudando a colocar la compra! Luego me lavo las manos, primero con los guantes, luego sin ellos. Les digo la verdad: estoy agotada. ¡Y encima no tenían alcohol!