Esos cuerpos nuestros, los cuerpos confinados del coronavirus en Córdoba, metidos en la ropa cómoda que tenemos para estar en casa, los vaqueros y el jersey usado, el vestido algo desgastado, el chándal en algunos casos, otros en pijama y bata, opción a mi criterio nada recomendable: hay que ponerse medianamente presentables, el confinamiento por el coronavirus no es una mañana de domingo eterna de tostadas en el sofá, sino un vivir en el interior que requiere mucha disciplina, un gran esfuerzo, dado que esa disciplina te la tienes que imponer tú, no te viene dada por horarios laborales, escolares o de ocio.

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Hay un vídeo muy simpático en el que una joven advierte a sus amigas de que deben probarse de vez en cuando la ropa de salir, que el pantalón del pijama es muy elástico y cuando termine el confinamiento puede haber más de una sorpresa. Esos cuerpos abandonados, y tan cerca del frigorífico… Ay, las “alforcitas de la cintura”, que decía mi tía.

Puede que salgamos más gorditos, y puede que no, porque hay quien se toma la forzada reclusión como un programa completo de embellecimiento, dedicando el tiempo libre a cuidarse más. Veo desde mi azotea a un joven en otra azotea -en este caso privada- haciendo ejercicios y explicando en voz muy alta cómo llevarlos a cabo. Me sorprendo solo un segundo, luego confirmo que se está grabando, que es uno de esos solidarios que dirige por internet a personas que desde su casa intentan mantenerse en forma. Me llegan también al correo los ejercicios recomendados por el gimnasio Synergim, cerrado como todos. Recibo igualmente un vídeo en el que R. recorre a paso de marcha su piso durante 30 minutos diarios. Y otro de una R. haciendo ejercicios en un banco que ha comprado en Amazon. Finalmente, G. me asegura que andar de puntillas por el pasillo estimula mucho la circulación, cosa que yo ya sabía. Desde hoy, al menos, unos estiramientos para frenar dolores de espalda y evitar sentimientos depresivos. Con música, a ser posible.

Los que no van a llevar arreglo son los pies, metidos desde hace trece días en las cómodas zapatillas de La Canasta y traspasados a unas cálidas y anchas botas para las escasas salidas. Ay, cuando tengáis que volver al zapato… Os vais a quejar mucho, que yo lo sé. El confinamiento se alarga, y no es seguro que vaya a terminar el 12 de abril, así que conviene no dejarse.

Vamos a intentar conservar nuestras capacidades de movilidad en lo posible. ¡Hasta mañana!