Y a son seis las diadas consecutivas en las que el independentismo ha demostrado, en mayor o menor medida, su capacidad de movilización. Más allá de las guerras de cifras, que centenares de miles de personas se manifiesten cada año, en un ambiente festivo y sin asomo de violencia, es un dato que a nadie debería pasar por alto. Tienen razón quienes lamentan que una festividad que antes era de todos haya sido patrimonializada por una parte muy determinada de la sociedad catalana, este año de forma tan explícita como elocuente era el lema de la manifestación: la Diada del Sí. Todo será muy difícil tras el 1-O, se celebre el anunciado referéndum o sea un simple simulacro, si no se tiene en cuenta que esa mitad de Cataluña existe, de la misma forma que no se puede excluir a la otra mitad, la que ayer ni se manifestó ni se sintió representada, esa mitad de Cataluña a cuyos representantes en el Parlament la mayoría (en escaños, que no en votos) independentista aplicó el rodillo la semana pasada. Porque no hay que olvidar que la manifestación de ayer fue la de los del sí en un referéndum, el del 1-O, que vulnera la Constitución y el Estatut. No se manifestaron ni quienes votarían no ni quienes quisieran una consulta, pero no una basada en la desobediencia. La marcha de ayer fue estrictamente de parte. Se equivoca la cúpula independentista: el 1-O, unilateral y fuera del ordenamiento jurídico, no es un asunto de democracia, sino de legalidad.