El amor me trajo a la inmensa Gal Costa y su Desafinado --de otro inmenso João Gilberto--. Mi suerte es que el desamor no se la llevó porque

«...isto é Bossa Nova...»

Y como hay etapas en la vida en las que los recuerdos son más importantes que el mismo presente, entiendo que cada historia vital se encierra en ellos.

Ante nuestros recuerdos, que incluso por el paso del tiempo pueden estar tergiversados, deformados, alterados o confusos en nuestro interior, podemos optar por devaluarlos o respetarlos; por obviarlos o revivirlos; por ocultarlos o potenciarlos.

Mantener frescos los recuerdos de manera que nos hagan felices, pasa por tomar la determinación de que así sea, de que formen parte de nuestro proyecto existencial con firmeza, sin tragedias y honestamente.

Esa manera de recordar nos lleva a un pensamiento provechoso de cara a evaluar con sosiego nuestras propias miserias y errores, además de la miseria y los errores de nuestra sociedad.

Sobre nuestras miserias allá cada cual pero en cuanto a miserias y errores sociales graves habría que reflexionar por cómo nos embarran y nos embrutecen en una deriva deshumanizadora. ¿No vemos cómo una existencia que no se construye sobre la base de la libertad personal y colectiva no nos hace felices? ¿No estamos saturados de ambigüedades ideológicas? ¿No es suficiente la memoria colectiva para no llegar a la actual convulsión social?

Mis recuerdos más vigorosos están relacionados con mi bienestar y me niego a no recordar con alegría. Me niego a que los temas de valores humanos sean instrumentalizados. Me niego a que la cultura no deje de ser liberadora, siempre y en todas sus manifestaciones. Me niego a que el futuro no sea discutido con esperanza. Me niego a que los efectos de errores más o menos trascendentales oscurezcan la atención colectiva a lo esencial.

Y me niego porque existen otros pensamientos que defienden al ser humano incluso de sus disparates más confusos.

Cuenta María Zambrano en Poesía y filosofía, 1987 que en su vuelta a España en 1937 le preguntaron por qué lo hacía si sabía muy bien que su causa estaba perdida. Y contestó la gran filósofa: Pues por esto, por esto mismo.

Sería imprescindible que sacásemos las sillas al fresco para conversar y recordar. Que la causa aún no está perdida. Disponemos del pensamiento que valora la libertad de elección como un bien a custodiar, que percibe el alcance y la ventura de saber discutir y analizar otras formas de entender la construcción social y personal.

Contamos también con un pensamiento que elabora acertadas respuestas a los conflictos y situaciones dolorosas con lucidez, a la vez que se desenvuelve con capacidad para cambiar de opinión, algo tan denostado pero tan necesario porque erramos y mucho.

Son esos pensamientos que progresan si sabemos oír nuestros pasos y el eco de otros pasos en una melodía aparentemente desafinada pero rítmica y atrayente. Lo he probado, intento estar atenta y aprender y les aseguro que aunque a veces me ha resultado desconcertante y difícil --aún tengo mucho trecho por delante--, es una melodía seductora.

«É que os desafinados também têm um coração...»

Hoy va de esos recuerdos que nos alivian y nos revitalizan para enfatizar el tiempo de los placeres, del amor, del arte, de la justicia, del trabajo, del respeto... Y también para enjugarnos las farsas, las caídas, el absurdo, las mentiras, las negaciones.

La lista de estos y otros recuerdos puede ser infinita. La memoria colectiva también. Y tanto los primeros como la segunda tejen nuestras vidas, las de cada cual y las colectivas. Seamos conscientes de ello.

De todas formas, tomemos lo mejor que podamos y sepamos de nuestros bellos recuerdos, de nuestra bella historia común. Y si no podemos o no sabemos... smile, smile y al diablo con todo.

* Docente jubilada