Vengo escuchando en las últimas horas a Rajoy repetir como irrefutable argumento ante el desafío catalán, el de tirarse al monte del independentismo, que es cosa de locos querer en un mismo día saltarse la Constitución, el estatuto y la unidad de España. «En un mismo día», dice el presidente del Gobierno ante los economistas catalanes como antes lo había dicho en el Congreso, es cosa de locos pensar que pudiera separarse Cataluña, y se regodea ufano en su hallazgo temporal y chusca metáfora. Como si no fuera posible cambiar el mundo todo, no ya en un día, sino en un instante imprevisto. O es que no fue en un día el asesinato del Archiduque Francisco Fernando por los disparos de Gavrilo Príncip lo que prendió la Primera Guerra Mundial. Lo mismo que en la madrugada del 2 de mayo de 1808, el traslado de los infantes Francisco de Paula y María Luisa a Bayona fue el detonante para el levantamiento del pueblo de Madrid contra el ejército de Napoleón. También en un día, el del asesinato del General Prim, se truncó la posibilidad de haber largado a los Borbones de España tras la Gloriosa. Las revoluciones, lo golpes de estado, el revés de lo que entendemos por una estabilidad de la vida cotidiana viene siempre sin avisar, suele ser un chispazo en un momento inesperado de un día insospechado, luego no vale que todo un presidente de Gobierno quiera tranquilizar al país diciéndonos que la independencia de Cataluña no es posible en un día. Si leyera más, o algo más que el Marca, recordaría que hasta Calderón en El Alcalde de Zalamea dice que «...en un día se trueca/ un reino todo; en un día/ es edificio una peña;/ en un día una batalla/ perdida y victoria ostenta/ en un día tiene el mar/ tranquilidad y tormenta;/ en un día nace un hombre/ y muere…» luego pudiera en un día ser Cataluña una nación y mandar a España a hacer puñetas. No me tranquiliza nada la respuesta de Rajoy a un problema que viene de largo, ya el hispanista Richard Ford, allá por los años 30 del siglo XIX, escribiría que Cataluña era «la espina imposible de sacar» que tenía España. Una vez más lo viajeros románticos, al margen de los tópicos de rigor, vieron de largo lo que nuestros políticos no ven o no quieren ver. Todas las andanadas nacionalistas me espantan: el triste papelón de Lluis Llach (voluntariamente elegido, por supuesto) los cinco presidentes del Barça imputados por corrupción, como la banda de los Pujol campando a sus anchas por la Cerdanya y Puigdemont con el piloto automático de Referéndum o adiós. Todo es muy triste amén de ridículo -y daría para una zarzuela finisecular- pero más grotesco me resulta el análisis del presidente, sentado sobre un volcán a punto erupción.

* Periodista