Exactamente, según la resolución de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el 27 de enero de cada año se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. La fecha se debe a la liberación por parte del ejército soviético, en 1945, del mayor grupo de concentración de exterminio nazi que existió en Auschwithz-Birkenau, en Polonia. En este centro, custodiado por la SS alemana, murieron asesinados entre 1,5 y 2,5 millones de personas, desde su apertura en mayo de 1940. Uno de ellos fue el padre san Maximiliano María Kolbe, de quien san Pablo VI dijo: «Si el sacerdote es el hombre de Dios, es otro Cristo, significa que una corriente de gracia ha entrado en la historia de su vida: él ha sido un llamado, un elegido, un preferido de la misericordia del Señor. Él lo ha amado de manera particular; Él lo ha señalado con un carácter especial, y así lo ha habilitado para el ejercicio de poderes divinos; Él lo ha enamorado de sí mismo, hasta el punto de hacer madurar en él aquel acto de amor más pleno y más grande de que es capaz el corazón humano: la oblación total, perpetua y feliz de sí mismo... Él ha tenido el valor de convertir su vida en un sacrificio, lo mismo que Jesús, para los otros, para todos nosotros». Fueron palabras pronunciadas el 13 de octubre de 1971. Hoy, en la lista larga de celebraciones arrancadas de la historia, aparece este día dedicado a las víctimas del holocausto. Me viene a la memoria una alocución del papa Francisco en un via crucis de la JMJ, acompañado de medio millón de jóvenes, en la que se formuló esta pregunta: «¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana. Sólo podemos mirar a Jesús, preguntarle a Él. Y la respuesta de Jesús es ésta: Dios está en ellos, Jesús está en ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno». Francisco dijo también que «ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si uno que se dice cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo». Las palabras de Francisco iluminan, sin duda, el problema del sufrimiento y, sobre todo, de las víctimas inocentes. La jornada de hoy ha de traernos a la memoria los retazos sangrientos de la historia, la tragedia de dos guerras mundiales, y las continuas oleadas de luchas sangrientas con tantos sufrimientos inhumanos. Pero, sobre todo, es una jornada para reflexionar y adentrarnos en esas «dinámicas diabólicas», con nuestro granito de arena, para que la humanidad escuche las continuas llamadas a la paz, fruto primordial de la justicia. El Papa lo subraya con estas palabras: «Hace falta luchar y estar atentos frente a nuestras propias inclinaciones agresivas y egocéntricas para no permitir que se arraiguen». La primera victoria, al fin, es sobre nosotros mismos.

* Sacerdote y periodista