El título de la columna de hoy no es extemporáneo. No pretende ensalzar la conmemoración en sí, que ya tuvo su ocasión y oportunidad el pasado día 1 de Mayo. Sino revisar sin ser presuntuosos la esencia actual de este día que reivindica el trabajo de los trabajadores, dentro de los derechos laborales positivos. El 1° de Mayo se conmemora en todo el mundo el Día Internacional del Trabajador en homenaje a los llamados Mártires de Chicago, grupo de sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en 1886. Ese mismo año, la Noble Order of the Knights of Labor, una organización de trabajadores, logró que el sector empresarial cediese ante la presión de las huelgas por todo el país. Eran otros tiempos y otras reivindicaciones que marcaron el hito de los derechos de los trabajadores. El pasado domingo se celebró en España y la reflexión general es que todavía hay mucho por hacer. No solo es una cuestión de leyes laborales. Es una cuestión ética y hasta moral. La línea que separa lo legal de lo ilegal es muy fina, pero no lo bastante como para que se desdibujen los derechos laborales. En esa esencia actual del Día del Trabajo están los jóvenes que acceden por primera vez al mercado laboral y que en demasiadas ocasiones están siendo carne de cañón de esos salarios bajos y de esa economía sumergida que le induce a jornadas u horas no declaradas. Eso en el plano de asalariados. Y no digamos en aquellas situaciones en las que mediante esa delgada línea que separa lo legal de lo ilegal, a través de contratos mercantiles a los jóvenes se les induce a encarnar la figura del falso autónomo. Hay mecanismos de denuncia eficientes, pero también debe de existir de oficio más celo fiscalizador para que la conculcación sutil de los derechos de los trabajadores no sea ni tan reincidente ni tan habitual. Y menos cuando la presunta víctima sea la gente joven.

* Mediador y coach