La maldita pandemia ha convertido el Día del Trabajo en el Día Sin Trabajo. La Encuesta de Población Activa nos lleva a 3’5 millones de parados, más otros 4 millones de trabajadores en Erte, a los que sumar más 1’4 millones de autónomos que han declarado el cese de actividad en nuestro país. Y las cifras siguen aumentando en una curva que no se doblega. Casi la mitad de la población activa no está en activo. Ya me dirán cómo se sostiene así una economía donde el 30 % de la población tiene que mantener al 70 % restante. Los fondos y las ayudas europeas no son donaciones ni cheques en blanco, sino préstamos condicionados que nos pueden llevar al rescate del país, como sucedió en Grecia en el año 2010 de manos de un populismo que nos resulta familiar, con las dramáticas consecuencias en recortes sociales y prestaciones de todo tipo, que aquí se prevén para después del verano. Al tiempo. Es lo que tiene ponerse en manos de los prestamistas, cuando debes más de lo que puedes pagar, que ellos te fijan las reglas. Quizás para nuestra desgracia, volvamos a coger la maleta y ser los nuevos emigrantes del sur de Europa que fuimos antaño.

Hoy es un día festivo, para homenajear a todos esos trabajadores que en estos meses han resultado esenciales y han permitido que el país mantenga, al menos, el pulso vital, aún conectado al respirador. Con un salario modesto, expuestos en su integridad en muchas ocasiones, sin medios ni la protección adecuada, pero dando lo mejor de sí mismos con profesionalidad y tesón por el bien de todos. Pero sobre todo, hoy es también un día reivindicativo. Aunque sea sin manifestaciones multitudinarias ni concentraciones de protesta. Pero, hoy más que nunca, cuando se triplican las situaciones de necesidad y se desbordan las atenciones de los comedores sociales, es el día para exigir el derecho de todos al trabajo como mecanismo de sustento, como parte de nuestra propia dignidad. Y para demandar medidas reales que faciliten la reactivación de la economía y el acceso de las empresas al crédito y la contratación. En definitiva, exigir un plan de recuperación económica a medio plazo que no existe, más allá del marketing de una comisión parlamentaria para la reconstrucción, que nadie cree y nace con todos los vicios posibles.

Desgraciadamente partimos, como casi siempre, en desventaja. A la desorbitada deuda pública se une que tenemos una altísima tasa de desempleo estructural, muy por encima de cualquier país de nuestro entorno, que ningún gobierno ha conseguido eliminar en los años de bonanza. Tema que no es políticamente recurrente, ni popular comentar, menos en un día como hoy, pero que explica parte de la desgracia laboral que padecemos. Es lo que ocurre cuando se ponen la mayoría de los huevos en la misma cesta del turismo: un país de servicios sin valor añadido. A lo que sumamos haber preferido mantener la España subsidiada, la de las falsas peonadas para no perder votos en el ámbito rural. Resulta inconcebible que, en la presente situación, para poder recoger las cosechas de temporada se haya forzado y permitido el trabajo en el campo a la vez que se cobra ese desempleo, que mañana otros sí necesitarán. Al margen de otras consideraciones, ahora que la cúpula del mayor sindicato de nuestra tierra se sienta en el banquillo de la justicia por el fraude y la corrupción durante años. Un dislate. Confiemos en nuestra resiliencia, en el sentido común y la capacidad de superación que tantas veces hemos demostrado en nuestra historia por encima de los trileros de turno.

*Abogado y mediador