Pasará lo que tenga que pasar. Nadie puede escribir el día posterior al que vive y nadie parece echar cuentas tampoco del anterior. A la vista está por los acontecimientos que vivimos. Pero esta trama está ya escrita desde hace mucho tiempo. Hacedme caso, Cataluña se convertirá en República independiente. No sabemos con exactitud cuándo ocurrirá esto. Si será en unos meses, si en un par de años, si en algo más de un par, pero es meridiano que un día asistiremos a la separación definitiva. Ya no hay marcha atrás. Cuando tienes decidido marcharte de un sitio, dejar de pertenecer a algo, no hay vuelta de hoja, sea unilateralmente o sea como sea. No sabemos tampoco con exactitud cuántos son los que desean esta separación, nunca lo sabremos. Nos hacen creer que son muchos pero las cifras no están del todo claras. Parece que sean los que sean se consideran suficientes y autosuficientes. Los que de allí no deseen esta separación del Estado español tendrán dos alternativas: aceptar el nuevo orden político y territorial o abandonar la tierra y convertirse en refugiados. La Historia está inundada de ejemplos de una u otra alternativa. Es una situación triste pero es la realidad y es la actualidad de muchos países... ¿o seguimos estando ciegos?

Puigdemont proclamará de manera inminente a Cataluña como nuevo Estado, lo hará empleando el condicional que transmite el deseo, lo hará desde el futuro que transmite esperanza o desde el presente que proclama el cumplimiento de lo prometido en sus palabras. De cualquiera de estas formas, pero lo hará. Si no lo hace, la farsa de Puigdemont y sus adláteres adquirirá tal dimensión que no creo que en la historia de Europa haya habido un caso de semejante proporción, una payasada de tal magnitud. Está, si queréis que así lo exprese, comprometido y obligado a anunciar el nacimiento de un nuevo Estado. A partir de ese instante se pondrán en marcha una serie de mecanismos y herramientas que posee el Estado Español para impedir que esto suceda, pero repito, solo es cuestión de tiempo. España hará lo que tenga que hacer y Cataluña hará otro tanto de lo mismo. Esto sucede cuando dos creen que poseen la Verdad y nunca fueron capaces de poner en duda sus principios y comenzar a dialogar. El diálogo ya no es posible. Nadie se baja de su burro, ninguna de las dos partes va a dar su brazo a torcer. Ambas partes creen que hacen lo correcto. Y esto no es un juego de niños y sus papás en el que aunque aquellos crean que hacen lo correcto, tienen que doblegarse a lo que ordenen éstos, sus progenitores. Puigdemont no se reconoce en modo alguno, ni reconoce a Cataluña como parte indisoluble de un Estado llamado España, ni se siente en modo alguno español. Su discurso corre paralelo al de Felipe VI, que lo ha llamado al orden constitucional pero al que el dirigente catalán hace caso omiso. Ya no hay entendimiento ni ambas partes están dispuestas a escucharse. Y mucho menos es posible el diálogo con Rajoy y su gobierno que más me parecen a veces que quieren jugar el papel de verdugos esperando a que el reo dé un paso en falso para asestarle un golpe mortal.

Mientras tanto, muchas manifestaciones, muchas imágenes de televisión, mucho debate televisivo. Normal, intentamos aclararnos, ofrecer opinión sobre el asunto, hacer predicciones de futuro. Las cadenas, además, hacen, como siempre que ocurren cosas similares, su pequeño agosto parcelando la trama desde una u otra vertiente, según los intereses. Los buenos y los malos varían mientras te haces un zapping televisivo. Lo mismo mañana pones tv3 y Cataluña es República Independiente y te cambias a la 1 y observas atónito que Puigdemont es apresado y conducido a prisión. Al mismo tiempo.

* Profesor de filosofía