Bienvenidos, al estreno mundial de un nuevo año que llega a nuestras vidas como una oportunidad espectacular y única, para transformar las cosas que queremos cambiar y para vivir y celebrar 365 días que se nos regalan para ser escritos con letras de felicidad, alegría y plenitud. Felicidad que pasa por la honestidad y la coherencia personal de vida: hacer lo que se dice, y decir lo que se piensa y siente. Sin perder de vista y colocando en el centro, que nuestra mayor recompensa es hacer felices a los otros: aquello que damos, es lo que recibimos. Estos días se han publicado algunas encuestas que indican que los españoles, en su mayoría, son personas felices y optimistas. Como país, ocupamos el número 30 en el ranking mundial de felicidad. El discurso del rey Felipe VI en la Nochebuena pasada recordaba las fortalezas de nuestra sociedad, la grandeza de nuestra cultura, nuestros avances en la ciencia o ser una de las grandes economías mundiales, que nos han ayudado a vencer las mayores tribulaciones de la historia y nos sitúan en un lugar privilegiado de desarrollo y progreso humano, como lo acreditan los 80 millones de personas que nos visitan cada año.

No podemos fiar nuestro futuro a todos estos agoreros del porvenir y arruinaplanes de cualquier proyecto. Sí, no somos ajenos a un año que comienza con incertidumbres políticas, con nublados económicos, con retos medioambientales, con tensiones territoriales. No somos extraños a la incompetencia y mediocridad de muchos responsables públicos, a la judicialización de los conflictos, a la polarización de los populismos, a las necesidades del planeta y quienes lo habitan. Sí, es verdad que muchos hablan de revanchismo social, de frentismo, y que tratan de envenenar diariamente a toda la sociedad para sacar algún rédito a favor de sus postulados, y que casi todo lo que nos llega está manipulado. Por eso, la mayor elección no es esa de las urnas cuando somos convocados, sino nuestra determinación, la de esta hora, la que desde hoy tenemos que acometer entre vivir en la zozobra y la duda permanente, entre instalarnos en el miedo y atrincherarnos en la crítica, disparando contra todo lo que se mueva. O tratar de ser felices, de conservar la paz interior, de ayudar a quienes tenemos más cerca, de construir alternativas que mejoren nuestra realidad, como antídoto a todo el veneno que nos inoculan tantos mensajes permanentes de desastre apocalíptico.

No estoy dispuesto a que me arruinen el año que comienza. Sigo creyendo en la España que madruga, en la bondad de las personas. No es ingenuidad ni buenismo, como rápidamente algunos descalifican esta opción. Basta levantar la vista, y mirar y escuchar a la gente que nos rodea, sus comportamientos y aspiraciones. Hace años, coloqué en mi perfil como bandera, los «tria iuris praecepta», o los tres postulados del Derecho que formuló Domicio Ulpiano en el siglo III: «honeste vivere, alterum non laedere, et suum cuique tribuere» que significa: vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo que le corresponde. Creo que no son mala receta para que, junto a la ilusión de un año que arranca, marquen los hitos de nuestra travesía, el norte en la brújula de esta nueva etapa en la que, como escribía el poeta, no hay caminos maravillosos sino caminantes maravillados.

* Abogado