Esta semana de transición entre don Carnal y doña Cuaresma está también marcada por enfrentamientos políticos en todas las instancias, ya sean municipales, autonómicas o nacionales, incapaces de crear consensos y articular propuestas sobre el bienestar y progreso de los ciudadanos que no tropiecen con bloques divididos y enfrentamientos estériles. Semana de más declaraciones y delaciones judiciales, de escándalos de toda índole que afectan a entidades como Oxfam o a los secretos de alcoba del propio Trump.

Viene al caso la advertencia que expresamente estos días nos lanza el papa Bergoglio sobre los falsos profetas, «encantadores de serpientes» que se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren; charlatanes que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser inútiles; estafadores que no solo ofrecen cosas sin valor, sino que quitan lo más valioso, es decir «la dignidad, la libertad y la capacidad de amar», que viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Frente a la desconfianza, la apatía y la resignación que paralizan el alma del pueblo, el papa Francisco, desde la basílica romana de Santa Sabina, nos propuso este miércoles detenernos para alzar la mirada y volver. Resuenan hoy con fuerza sus palabras llenas de sabiduría y esperanza: Detente un poco de esa agitación, de ese correr sin sentido que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, de la amistad, de los hijos y los abuelos, el tiempo de la gratuidad. Detente un poco delante de la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en «cartelera», que hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento. Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciable que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables. Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido. Detente un poco ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio. Detente un poco ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos. Detente ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino.

Detente para contemplar los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama la esperanza. Mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no cejan para hacer de sus hogares una escuela de amor. Mira el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección, que se abren paso en medio de nuestros cálculos mezquinos y egoístas. Mira el rostro surcado por el paso del tiempo de nuestros ancianos, portadores de la memoria viva de nuestros pueblos. Mira el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad. Mira el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante. Y vuelve, sin miedo, a experimentar la ternura que nos sana y reconcilia.

* Abogado y mediador