«Y al acabar la guerra se quemaron miles de preciosos Coranes, y los libros de medicina y las obras ese arte. Y aquellas maravillosas molduras doradas se derribaron, construyéndose torres y campanarios encima de los minaretes. Se destruyeron las mezquitas y gran parte del rico arte musulmán se perdió para siempre. No debía quedar en pie nada que le recordase al enemigo lo que había sido». No era la primera vez que cegados por el odio y la sin razón se sucedían este tipo de aberraciones culturales. Y se hacía sin pensar que al hacerlo se destruía la historia, nuestra historia. Era la forma de cobrarse su particular venganza. Ojalá recuperemos a tiempo la visión que el odio y la sed de venganza del perdedor nos arrebataron, y dejemos de destruir los vestigios de la historia que es de todos. Que nunca olvidemos lo que pasó, para no tener que volver a vivirlo.