Inmersos como andamos en el monotema de Cataluña, no estamos dando importancia a algunas de las señales que nos llegan desde Europa. Y es que, a pesar del impasse que vive Alemania a la espera de un acuerdo a cuatro bandas (CDU-CSU, Liberales y Verdes, la «coalición Jamaica»), Europa, parece que vuelve a despertar de la mano de Jean Claude Juncker, con el apoyo decidido del presidente Macron, el consentimiento de Merkel y el nuevo papel de Italia y España.

Tres son los signos claros de este nuevo despertar: el rechazo al nacionalismo regionalista, la firma del acuerdo de defensa europea y la ampliación de los derechos sociales europeos.

Ante el problema catalán, y tras los titubeos que en el pasado hubo ante los movimientos nacionalistas regionales, Europa ha vuelto a afirmar una de sus esencias. Europa no puede aceptar nacionalismos excluyentes, no solo porque, como dice Juncker, sería ingobernable con 96 países, sino porque sería absurdo que una estructura política creada para superar los nacionalismos que llevaron al continente a dos guerras mundiales y a su declive, fuera la cobertura para el florecimiento de nuevos nacionalismos excluyentes. La Unión Europea no se creó con el objetivo de dar voz a cuestiones identitarias, sino para superar y subsumir la identidad nacional de cada uno europeo en un proyecto continental. La crisis catalana ha hecho que Europa vuelva a recordar su propia esencia, y la prueba de ello ha sido la respuesta que las estructuras de la Unión (Juncker, Tusk, Tajani, etc.) y los grandes países han dado al desafío independentista.

El segundo signo es la firma el pasado 13 de noviembre de una Declaración de Cooperación Estructurada Permanente (Pesco) por la que 22 países de la UE se comprometen en temas de defensa, especialmente en información, logística, formación, sistemas de armas e inversiones tecnológicas. Una declaración que viene a reforzar la Agencia Europea de Defensa, creada en 2004 y poco operativa, y supone una respuesta ante la creciente amenaza de Rusia (Crimea, Ucrania y presión en los países Bálticos, más la injerencia cibernética en los asuntos internos), la inacción europea en el problema del mundo islámico (con la excepción de Francia) y el desapego de la administración Trump hacia Europa y la OTAN. Europa da un paso adelante en su defensa común, más de cincuenta años después de la creación de la primera estructura de coordinación, y tras algunos éxitos parciales.

El tercer signo del despertar europeo es la declaración de Gotemburgo del pasado viernes 17. Con esta declaración se impulsa lo que se llama el cuarto pilar de la Unión. Un pilar cuya construcción se inició a principios de siglo y que sufrió un duro revés con la no ratificación de la Constitución Europea de 2005. Un pilar que, ante la devastación social que ha producido en muchos países la crisis, especialmente grave en aquellos que más la han vivido como Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre o España, es esencial por una cuestión de justicia, es coherente con las dos ideologías que han hecho posible el Estado del Bienestar europeo (la socialdemocracia y la democracia cristiana), está en el origen de la Unión Europea y, finalmente, es una inteligente estrategia para lograr la legitimación de la misma Unión y luchar contra los populismos. Europa, por fin, da un paso más en la creación de un Espacio Social Europeo.

Europa está, parece, despertando. Un despertar en el que ha tenido mucho que ver la salida del Reino Unido, no solo por la forma en la que se está produciendo, sino por el papel que ha representado el Reino Unido en la integración europea. Posiblemente sin los británicos la Unión avanzará más deprisa, pues fueron ellos los que abrieron la espita de los referéndums regionalistas, siempre se negaron a la integración militar europea y nunca quisieron el pilar social de la Unión. El Brexit lejos de ser un problema será una bendición. Para Europa.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía