La proclamación del nuevo presidente americano se ha convertido, más que un relevo democrático, en la defenestración del antiguo presidente. No es para menos. Las gravísimas circunstancias del Capitolio -alentadas por Trump con un sembrado sentido antidemocrático-, junto a la no aceptación de la pérdida de las elecciones, han retratado sobremanera el perfil del hombre que durante cuatro años ha dirigido un país, si no condicionado toda la política global.

Realmente ha sido un mandato aciago y completamente desafortunado, sembrado desde el comienzo (2016) de contrariedades (en política nacional e internacional), alejándose sin temor alguno de lo políticamente correcto. Desde la campaña que le da la victoria, plagada de incógnitas polémicas, se coloca en una plataforma inadmisible de prácticas políticas improcedentes frente a todos. Su perfil ideológico resulta -a pesar de los fuertes apoyos electorales conseguidos- completamente excesivo en la proclamación de principios racistas y xenófobos (construcción de muros...), con aberrante rechazo a las minorías y comportamientos machistas de relieve.

Con prepotencia altisonante ha querido, desde su pedestal de poder, dejar bien sentados sus principios rupturistas con las políticas demócratas anteriores, con quienes disienten de sus principios y quienes no se alinean en su política. El perfil personal de poderoso presidente (también en su emporio económico), sembrado de arrogancia, no deja tampoco margen hacia una percepción mesurada en ninguna de las perspectivas; en él todo es excesivo. Su mirada altiva y actitud prepotente hacia personas y países dispares han propiciado que le censuren hasta sus partidarios ideológicos. Personalmente se define desde posicionamientos egocéntricos -como él mismo decía- como el único capaz de solucionar los problemas (“yo solo puedo arreglarlo”, en Político Magazine, 1016); un gigante frente a los medios de comunicación, a los poderosos (desde su enorme plataforma económica personal), a los enemigos políticos e intelectuales.

En política internacional las relaciones se han mantenido siempre en la cuerda floja. Desde las posiciones agresivas que impulsa en su campaña electoral, prometiendo como medida estrella la construcción de un muro en la frontera sur (Méjico), a las presiones en defensa (a la OTAN), exigiendo mayores riesgos y política combativa; el enfrentamiento constante con opciones militares de confrontación han sido su carta de presentación en lo más sensible de la tierra (Siria, Irán o Corea). Sin que falten sus contradicciones de aquiescencia y amenaza contra amigos y enemigos (Europa, China, Corea...). En definitiva, una mirada imperialista que frena el papel de la política europea y mundial conciliadora. Graves son las actuaciones maniqueas con los tratados internacionales, presionando (con salir) y disintiendo contra el libre mercado cuando su economía no es capaz de competir con los colosos del mundo (la enemistad con China). En términos económicos, el presidente Trump ha planteado y ejecutado principios díscolos por doquier, con resultados variopintos desde las perspectivas macroeconómicas.

La proclamación del nuevo presidente es un acto solemne, con una relevancia política especial que nadie desconoce. Lo es cualquier proclamación del jefe del estado en cualquier país, pero en Estados Unidos se reviste de un aura especial por todo lo que significa. La ausencia de Trump no deja de ser un referente expresivo de lo que ha sido su mandato, de lo que es su personalidad y de la consideración que tiene hacia su Pueblo, País e Historia.

Trump falta a la tradición centenaria, que cumple como nadie con gestos altisonantes para demostrar con símbolos el magisterio de un país democrático centenario, con presidentes ejemplarizantes (algunos) y no pocas lecciones para la Historia universal; Trump falta al respeto a la ciudadanía y democracia, porque el relevo representa el buen funcionamiento del sistema político, el reemplazo y sustitución del presidente que ha determinado la soberanía nacional; el presidente falta al respeto al sucesor, que es tanto como denostar la dignidad personal y política del nuevo presidente.

Las nefastas actuaciones de los últimos tiempos, que avergüenzan a cualquier político y ciudadano de a pie, le dejarán una impronta imborrable para la Historia. La desconsideración de algunos de los suyos (próximos y más alejados) resulta elocuente, pues en los estertores del presidente le niegan hasta sus allegados; no solamente los republicanos que le critican últimamente duramente por sus últimas actuaciones, sino las voces cercanas -como el vicepresidente (Mike Pence)- que han confirmado su asistencia al acto de proclamación del sucesor. El cuadragésimo quinto presidente americano pasará groseramente a la Historia. Más que la proclamación del nuevo presidente Biden -como decimos- se confirmará la despedida de una nefasta personalidad política que, aparte de su política (que se valorará de distinta forma), cuenta con la desaprobación amplia de una buena parte del mundo. Trump no es despedido, es realmente defenestrado.

* Doctor por la Universidad de Salamanca.