Yo no sé, la verdad, qué hay que hacer para atraer la atención ante una reivindicación legítima. No lo sé. Esta semana, por ejemplo, hemos visto cómo tras la enorme ofensa que supone retirar del cementerio de la Almudena las lápidas de los fusilados republicanos durante el franquismo, las muestras de repulsa han sido seguidas por apenas veinte personas.

En 1830, Delacroix quiso explicar al mundo cómo el pueblo francés se levantaba en armas contra Carlos X. ¿Qué hacer? El francés no lo dudó y pintó su famosa La libertad guiando al pueblo, un lienzo en el que su protagonista era una mujer, la alegoría de la libertad, que para recibir toda la atención aparecía alegoría llevada al máximo con uno de los pechos al aire.

¿Qué hacer en la era de los ‘mass media’ cuando quieres que una reivindicación política reciba la atención de los medios? Aprender de Delacroix, supongo.

Y eso que yo pensaba que estaba superado el fetichismo del cuerpo femenino, salvo para cuestiones comerciales, pero no. Salir en una alfombra roja, con los pechos al aire, como hizo Mon Laferte hace unos días en los Grammy Latinos, y pintada la consigna «En Chile torturan, violan y matan» y la queja ha volado. Ha sido la forma más rápida de atraer la atención sobre un conflicto que no acababa de recibir la atención que se merece y que así la ha recibido.

Las activistas de Femen lo saben, desde el 2008 llevan a cabo acciones de protesta con el torso desnudo y, créanme, es la formula infalible para tener una repercusión que de otro modo no tendrían.

¿Quiere eso decir que las mujeres, para ser escuchadas, debemos desnudarnos? ¿Puede una teta más que la razón? O, dicho de otro modo, de haber habido una mujer desnuda en el cementerio de la Almudena hubieran recibido más atención de medios y público? ¿Se hubiera leído menos esta columna si en el titular no hubiera aparecido la palabra «desnudo»?

A mediados del siglo XXI, podría parecer que quizá el problema no sea el desnudo, sino la falta de conciencia social y política.

* Periodista