La Unión Europea (UE) celebró la semana pasada el 20 aniversario del nacimiento del euro. A pesar de la crisis, se ha consolidado como la segunda divisa mundial, utilizada para el 36% de los pagos globales, frente al 40% realizados en dólares, y cuenta con el respaldo del 74% de los ciudadanos. La euforia oficial se ha visto empañada por la intervención de la italiana Banca Carige por el Banco Central Europeo (BCE) el 2 de enero, que ha recordado que Europa sigue sin recuperar la plena normalidad diez años después del estallido de la crisis financiera. El éxito del euro no ha producido la esperada convergencia entre las tres principales economías de la eurozona. Si en 1998 el producto interior bruto (PIB) per cápita alemán era el 10% superior al francés y el 24% al italiano, actualmente es un 16% y un 39% más alto, respectivamente. Los otros dos países ricos de la eurozona, Holanda y Austria, también han acentuado su divergencia respecto a la media.

Entre los miembros occidentales del euro, España es quien ha logrado más convergencia, ya que ahora el PIB per cápita alemán es un 58% superior al español, cuando en 1998 era un 79% más alto. El mayor grado de convergencia lo han logrado los países bálticos y Eslovaquia, que partían de unos niveles muy bajos, mientras que el papel de paraíso fiscal de Irlanda distorsiona totalmente las cifras.

Las políticas aplicadas en la fase preparatoria del euro y, posteriormente, tras su creación han contribuido a agravar la desigualdad social dentro de cada uno de los países, en contra de las promesas formuladas por los líderes al firmar el Tratado de Maastricht en febrero de 1992.

Un reciente informe de la OCDE muestra que el 10% de los hogares alemanes acapara el 59,8% de la riqueza neta total del país, mientras que el 60% de los hogares solo posee el 6,5%. El 23,6% de la riqueza neta alemana está en manos de un 1% de los hogares. En Holanda, la desigualdad es todavía más marcada, con el 10% de los hogares acaparando el 68,3% de la riqueza neta, mientras que el 60% de los hogares menos afortunados tiene un indicador negativo del 4%, es decir, que sus deudas por hipotecas y otros préstamos superan el valor total de sus bienes.

En Francia, también el 10% de los hogares acapara el 50,6% de la riqueza y el 1% concentra el 18,6% del total, mientras que el 60% de las familias solo detenta el 12,1% de la riqueza total. En España la situación es ligeramente menos desequilibrada, con un 10% de los hogares concentrando el 45,6% de la riqueza y el 1% acaparando el 16,3% del total, mientras que el 60% de las familias sólo detenta el 18,7% de la riqueza neta. La marcada desigualdad y las tensiones sociales latentes pueden conducir a súbitas protestas masivas y a bruscos giros políticos, como muestran el reciente estallido social en Francia protagonizado por los chalecos amarillos y la victoria electoral en Italia del populismo izquierdista del Movimiento 5 Estrellas y de la ultraderechista Liga Norte.

En este contexto de desigualdad, Europa afronta importantes incógnitas económicas en el 2019. La primera será el impacto de la salida del Reino Unido de la UE. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que un brexit abrupto le costará a la UE una pérdida de PIB del 0,2% al 0,5%, pero que rondará el 4% en el caso de Irlanda y el 1% en Holanda, Bélgica y Dinamarca.

La segunda incógnita es el impacto que tendrá la finalización de las inyecciones masivas de fondos a la economía realizadas por el Banco Central Europeo en los últimos años. La progresiva desaceleración de la economía iniciada a mediados del 2018, coincidiendo con la reducción del estímulo económico mensual del BCE, y la persistencia de una inflación muy baja en la eurozona (inferior al 2%) han llevado a la institución a reducir su previsión de crecimiento al 1,7% para este año. El ritmo de creación de empleo también se ha frenado a la mitad desde mediados del 2018, con una tasa trimestral del 0,2%, según Eurostat.

La tercera gran incógnita es el impacto de los conflictos comerciales internacionales: el actual conflicto congelado de la UE con Estados Unidos y el de EEUU con China. Si el presidente norteamericano, Donald Trump, acaba imponiendo una penalización a las exportaciones europeas de automóviles o amplía sus sanciones comerciales, el crecimiento de la UE se reducirá. Si el conflicto entre Washington y Pekín se agrava, también mermará el crecimiento económico mundial, como ya ha advertido el Fondo Monetario Internacional (FMI).

* Periodista