No hay lodos que sucedan a ciertos polvos; porque hay polvos sin estela y sin legado. Suspiritos cósmicos. Atropellos áridos. Encuentros cárnicos, ajenos, celestes. Caliqueños sin herencia, arreones como si la Tierra hubiera comenzado a desmoronarse ya en el horizonte. Hay ferocidad bajo el disfraz. Hay incendios sin ceniza. Hay un sexo que no entiende de Dacias, ni de Windows, ni del iPasen. Donde hombres y mujeres se abrazan al animal que fueron. Donde cada nervio es un río que viene a morir al mar tenue de los muslos. Hay polvos que son como mandíbulas abiertas. El deseo es un bostezo acolmillado. Arañazos al firmamento y luego un rápido apagarse. Un globo que explota sin anudar, en pleno soplido. Un estruendo de saliva y jugos varios. Y luego una nada incómoda y un silencio que es vastedad y penumbra, como un descampado en la noche, por donde un Yorkshire corretea minúsculo y libre, para mear antes de volver a su camita, a su juguete de cuerdas, a su tibia rutina junto al brasero.

Y no lo digo por Samira y Pavón, que, borrachos y bajo el edredón, yacieron suavemente. Porque él está arrepentido y ella incómoda. Ni por C. Tangana y Rosalía, que aparcaron su pasión como se aparcan los coches averiados, con urgencia, mordiéndose el labio inferior, apurando el empuje de un motor que renquea. Ahora ella surfea sobre el mundo y él deja caer que ella pasará de moda. Como si alguno de nosotros fuera inmune al paso del tiempo, al antojadizo amor del público, como si nadie escondiera un cementerio de discos en su dormitorio. Cuántas canciones como fiambres en la morgue de la memoria, cuántos hermosos cantantes sepultados por el AOR, los Pica-Pica y el reguetón...

Lo decía más bien por nosotros, honrados ciudadanos, cumplidores académicos, disciplinados compradores de productos Hacendado, fieles seguidores de clubes de Segunda B. Nosotros, ejército de sombras, al que no el amor, sino el deseo, llama a veces por el telefonillo. Pegamos un retemblido en el sofá y dudamos -durante segundos, minutos, horas, días o años- si levantarnos a contestar. Si abrir la cancela y luego la puerta del hogar y al fin nuestro cuerpo entero a este huésped concupiscente y dorado, sucumbir a su mordisco transparente, despatarrarnos y dejarnos hacer. Un diálogo de tinieblas. Un alud ruborizado. La sangre conquistando cada palmo de nuestro cuerpo como en una partida de Risk en la que siempre pierden el decoro y la voluntad.

Pienso en esto mientras miro por el hueco de la cerradura de otras vidas. Es el amigo de un amigo. Lo juro. «No puedo decir que no a algo así», soltó en la mesa. Y enseñó el Instagram de una chica bellísima. «Y además es un coco. Saca notazas en la Universidad», añadió, como si hiciera falta justificar su hermosura. No espoleé. Pedí otra ronda. Quise mostrar con mi apatía que su deseo no era cosa mía. «Me ha dicho de quedar en su casa. Su novio viaja por curro...». Ajá. «En mi casa fatal. Estamos casi separándonos...». Ajá. Afortunadamente tardó poco el camarero. Di un sorbo a la caña. Uno lento, que alargara artificialmente mi silencio. Me miraban. «¿Qué se supone que tengo que decir?», pregunté, cuando la situación ya era incómoda. «Pues lo que tú harías», me dijo el deseante deseado. «Lo que el corazón te dicte», mentí. Y vi la boca del deseo engulléndole por completo. Como el traje de simbionte de Veneno. Encaramándose como petróleo en su médula. Guiando sus pasos. Llamando al portero. Un ring y un ring y otro ring impaciente. El deseo es zanja y guillotina. El deseo no se debate. Allá cada cual con sus piscinas, con sus consecuencias, con sus cópulas, con su arquitectura del tacto. Que dios perdone a sus bocas. Que dios les acompañe en sus remordimientos. Qué debo decir yo sobre dos anatomías asandwichadas en un único y majestuoso polvo que construirá y destruirá con idéntico mimo.

Somos nuestro propio festival cancelado. Nos acompaña la duda como un perrillo hambriento. El deseo nos hace libres. Inquietantemente libres. Reservamos los reproches para los escarceos ajenos, escondemos la moralina cuando somos nosotros los que, zarandeados por la pasión, nos lanzamos a pieles nuevas. Canto al ser humano que humanamente busca saciar, con su cuerpo, los pesares. Os escucho y me escucho con exacto amor, con exacto sofoco.

* Escritor