Hay una sensación parecida al desencanto que revolotea los cielos de esta primavera que acaba. Aunque hay otra, tan eterna como el género humano, que le pone gotas de alegría a la vida cotidiana: la costumbre diaria de llevar a los chiquillos al colegio seas español, francés, catalán, marroquí, rumano, chino, griego, ruso, sirio o alemán. Que en Córdoba vayan a clase cada día 3.681 alumnos extranjeros significa que el mundo, ya sea en el norte, en el sur, en el este o en el oeste no ha perdido la principal obligación del linaje humano: llevar diariamente a sus niños y jóvenes a las escuelas para que aprendan y el universo continúe. Cada mañana, desde mi balcón, contemplo que el mundo sigue caminando por la senda correcta que busca la enseñanza y la educación cuando miro al patio de recreo, casi siempre en movimiento. Pero desde el domingo pasado, cuando David Jiménez, exdirector de El Mundo, habló en la tele de la independencia periodística frente al establishment político y económico y que ha dejado reflejado en su libro El director, donde habla de presidentes, reyes, ministros, banqueros, capos del dinero, comisarios y periodistas que protagonizan esa crónica sobre los secretos inconfesables del periodismo y los hilos que gobiernan España, digo que desde la noche del domingo no dejo de percibir desilusión, desengaños y decepciones. Hablan de que el PP ha logrado su objetivo de que no se televise el juicio por la destrucción de los discos duros de Bárcenas. Oigo hablar de las fake news (mentiras) contra Podemos, ese partido que nació el 15-M del cabreo nacional contra los mandamases y corruptos de siempre. Leo que el Tribunal Supremo dice que Franco era jefe del Estado español desde el 1 de octubre de 1936 y no refiere que el dictador se hizo con el poder tras un golpe de estado. El periodista ruso Iván Golúnov fue acusado falsamente de tráfico de drogas y detenido aunque movimientos de protesta han conseguido su libertad. Ahora que la ultraderecha empieza a hacerse hueco en España, como lo hizo Bolsonaro en Brasil, resulta que la revista The Intercept confirma la sospecha de que la acusación de corrupción contra Lula da Silva, que lo metieron en la cárcel y lo apartaron de la carrera presidencial, fue un escandaloso montaje urdido por el universo conservador. Hay varios mundos, al norte, al sur, a izquierda y derechas. Pero hay uno que me atrae y que sustituye el desencanto por fascinación y atractivo: el del momento en que esa madre con túnica y pañuelo tapando su pelo deja a sus hijos pequeños en la puerta de colegio o ese otro en el que el Coro Averroes canta en concierto en el Rectorado de la Universidad. Borrando la desilusión.