Descubriendo el pastel español es el título de un artículo publicado por George Orwell en una revista inglesa en 1937. No he dejado de pensar en él desde la aparición del vídeo en el que parece que Cristina Cifuentes responde ante unos vigilantes por un hurto llevado acabo momentos antes en un centro comercial. Lamentablemente, hoy, George Orwell se vería ampliamente superado por esta suerte de mafia fascista que nos acecha a todos, de la que apenas puede uno librarse. La cinta es real, y viva, a pesar de que debería haber sido destruida; pero alguien la guardó, como ¿cuántas más? de las andanzas o de la vida privada de cualquiera de nosotros. Para cuando haga menester.

En realidad, lo justo es hablar de descubrir el pastel madrileño, y más ajustado aún, del pastel popular madrileño. Desde el tamayazo, en Madrid hay pastel. Se espía, se corrompe, se roba, se guardan dosieres, cintas, se compran periodistas, voluntades, se escala, se tejen alianzas, matrimonios , es decir, la vida cotidiana de cualquier familia mafiosa.

Por 40 euros de crema

Cristina Cifuentes se va, pero por 40 euros de crema y, quizá ya alguno que otro esté olvidando el lodazal, la poza séptica de la Rey Juan Carlos o Lezo. Lo sorprendente es que casi nadie se pregunte por qué ahora el vídeo y quién lo tenía, porque verán, quien lo tenía debería explicar para qué lo tenía y, de camino, por qué hasta ahora lo recogido en ese vídeo no era causa de denuncia y de renuncia. Norberto Bobbio sostenía que, en materia de corrupción, el descubriendo era muy importante, pero lo demoledor era si después venía el encubrimiento. Una vez descubierto el pastel, es peor corrupción encubrir, de nuevo; suena a familia, a despecho, a repudio, a tour de force entre mandarines.

Cifuentes ha renunciado señalando a sus adversarios, palabra dulce. Más bien, tenía muchos enemigos, pero los peores están entre los suyos, su derecha política, mediática pero, sobre todo, la derecha mafiosa que sostiene a las dos primeras. La corrupción de Madrid es institucional y alcanza a todos los poderes, incluido al cuarto.

Cifuentes se va, dice, porque no quiere dejar el poder en manos de la izquierda radical pero se equivoca, insisto, si está luchando contra la corrupción, como sostiene, su enemigo no es Gabilondo, muy radical él, ni la moción de censura, la mejor vía y más democrática para su relevo, sino la mafia fascista que lleva instalada en su comunidad y partido desde hace décadas.

La antes presidenta ha señalado a sus corruptos, porque no puede referirse en Madrid a otros, y de ellos se siente víctima. La pregunta es ahora, cómo puede Ciudadanos mantener el apoyo a una organización política, cuya presidenta, dimisionaria como presidenta del gobierno de Madrid, acaba de decir que no le ha permitido acabar con la corrupción.

El procedimiento para que Cifuentes dimita al fin, no me gusta. Tampoco las alegrías de una prensa cada vez más ruin y sospechosa de connivencia con las cloacas y tajeas del Estado. En Madrid, el caso Cifuentes es solo una puntita de lo que pasa, quizá Orwell se quedó corto y lo que haya que descubrir sea toda una pastelería a escala industrial.

* Analista político