Creíamos que ya se había producido, con su tumba sonora entre zulos dispersos. El desarme nos sorprende entre los titulares con su rastro de sangre, coagulada en las fosas que nos miran despacio. Se ha pactado a través de unos intermediarios civiles que contactarán con la justicia francesa, detallando la localización de los últimos arsenales de la banda, seguramente ya más que desactivados desde hace cinco años. El desarme de ETA, previsto para el próximo 8 de abril, será unilateral. También, se ha dicho y se espera, incondicional. «ETA nos ha dado la responsabilidad del desarme de su arsenal y, en la tarde del 8 de abril, estará totalmente desarmada», ha declarado Jean Noël Etcheverry Txetx, activista de Bizi, asociación ecologista abertzale, a Le Monde. Estamos ante un símbolo, con su lenta caída. La más reciente incautación de armas terroristas, gracias a la policía francesa, no pasó de dos granadas, 25 armas cortas, 9 fusiles y 12 subfusiles. Con muchísimo menos, la banda terrorista ha llevado el dolor al corazón de cientos de casas españolas. El Gobierno de Mariano Rajoy no quiso comparecer, hace unos años, en una posible negociación sobre el desarme en Noruega, cuyo Gobierno expulsó, finalmente, a la representación de ETA. Con esos últimos zulos se va quedando atrás la conciencia oxidada de la época más oscura de nuestro recuerdo. Escuchabas ETA en las noticias, lo veías en la calle, en alguna pintada, y la asociación con el miedo era directa, dura, bajo la piel. Hoy recuerdo la primera columna que escribí sobre el tema: Gregorio Ordóñez. Luego, por desgracia, muchas más: Francisco Tomás y Valiente, Miguel Ángel Blanco. Nombres, rostros, vidas, que se han quedado atrás y ahora regresan desde esa misma tumba de verdina y olvido. El terror se adentró en la luz de las casas, en la fiebre del cielo. Por eso ahora, cuando la banda parece desfondada y ya sin fuerza, no olvidamos la herida, y quizá podamos comenzar a desenterrar el dolor.

* Escritor