Lo que se nos está cayendo encima es mucho más pesado que la nieve. Es un fardo interior, es una sensación que se despierta y duerme con nosotros. Resulta ya imposible desprenderse de ella, resulta ya imposible nuestro divorcio de esa realidad: permanece al acecho y nos dispara desde cualquier perímetro invisible. Da igual de lo que hablemos, da igual lo que escuchemos: todos nuestros propósitos notables para este nuevo año parecen ya enterrados bajo toneladas de helada irreverente, y no tenemos palas suficientes para poder sacarlos a la luz. Hará falta un empeño colectivo que ya no se conoce. El resto es agua sucia, todo el resto es desánimo contumaz y aterido. Uno se pregunta, se atreve a preguntarse, por las consecuencias del descrédito. De este no saber y no creerse nada. De partir de la base, cuando escuchas, de que te están contando una milonga. Pongo un ejemplo. El candidato del PSOE a la Generalidad, Salvador Illa, un hombre tan capaz que sigue siendo, a la vez, nuestro ministro de Sanidad, aunque estemos en la peor crisis sanitaria que hemos conocido, ha justificado la negativa a las declaraciones posibles de estados de alarma para las comunidades autónomas que las están reclamando, como Murcia y Castilla y León. Lo hizo mientras solo quedaba un mes para el 14 de febrero, cuando estaban convocadas las elecciones en Cataluña. Ahora han sido pospuestas hasta el 30 de mayo, pero por imposición del Gobierno catalán. Estas semanas la incidencia acumulada por cada 100.000 habitantes ha sido de 522 contagios, y los epidemiólogos piden el confinamiento entre quince días y un mes. Pero si había un confinamiento o si se retrasaban las elecciones -como finalmente ha ocurrido- el efecto Illa podría disolverse.

ERC y JxCAT ya habían aceptado la posible suspensión de las elecciones, porque las razones sanitarias son duras y pueden serlo más. Pero el ministro de Sanidad -insistimos, también candidato a la Generalidad- no lo ha visto claro hasta que no le ha quedado más remedio. Precisamente por eso podría haber estado negándose a ampliar estas restricciones de las autonomías, hasta saber qué pasaba con las elecciones. Así que ahora empezamos a tener una cierta respuesta nacional en la aplicación de las medidas: su negación. El problema es que no ha llegado por un interés nacional, sino, más bien, como una posible adaptación a unas circunstancias que, con los datos sanitarios en la mano, no beneficiarían ni a los ciudadanos catalanes ni a los ciudadanos en general, sino únicamente a esa estrategia electoral de Pedro Sánchez con Salvador Illa en Cataluña.

«... y no tenemos palas suficientes para poder sacarlos a la luz»

Dirán que pienso mal, pero esto es lo que hay. Y tampoco se puede disparar en todas direcciones: sabiendo que la mediocridad está más extendida que la nieve y que suele abundar en todas las administraciones, tenemos un Gobierno del PSOE en coalición con Podemos que cada vez que ha querido ha reclamado su responsabilidad como tal -lo que me parece bien- y otras tantas veces se ha puesto de perfil y ha pasado el foco a las autonomías. Es como cuando Illa dijo, antes de Navidad, que no iba a haber 17 navidades diferentes, y se puso estupendo hablando de familias y allegados, precisamente para que luego hubiera, exacto, 17 navidades diferentes en las que cada uno ha hecho lo que ha entendido mejor o lo que le ha dado la gana. Así que más allá del primer estado de alarma, no ha habido una estrategia coherente del Gobierno, ni un razonamiento comprensible. Como cuando se machacó a Madrid por el confinamiento selectivo de las zonas con mayor incidencia y se calificó poco menos que de un apartheid clasista, hasta que la medida dio buenos resultados y la incidencia en Madrid bajó radicalmente. Pero ahí ya nadie dijo nada, empezando por Fernando Simón. Y si el fracaso es tuyo, o se dice que es tuyo, el éxito también debería serlo. Pero se respondió con el silencio, quizá porque las medidas, las reacciones, como esta negativa de ahora a un confinamiento que podría posponer las elecciones catalanas, únicamente encierran una motivación de propaganda.

Bien está el retraso electoral catalán: ojalá el 30 de mayo estemos todos mejor, y el Gobierno lidere una estrategia integradora coherente. Fernando Simón, mientras, a pesar de estos datos, asegura: «Ahora mismo no parece necesario el confinamiento completo. Veremos en el futuro». En virtud de todos sus aciertos, su sentencia parece inapelable: una vez más, sálvese quien pueda. Eso sí: la nieve del desánimo a la calle, porque hay que vivir.

*Escritor