El pasado 1 de noviembre los empleados del Banco Central Europeo (BCE) dieron la bienvenida a la persona que será su nueva presidenta tras la marcha de Mario Draghi, Christine Lagarde. Su recibimiento coincidió con una manifestación de Attac frente a la sede de Fráncfort cuyos participantes reivindicaban una política monetaria más social y medioambiental, dos cuestiones en las que la francesa tiene intención de insistir durante su mandato. No obstante, la nueva presidenta tendrá que usar su experiencia diplomática a la hora de enfrentarse a varios dirigentes de países acreedores con altas tasas de ahorro, como Alemania, los Países Bajos y Austria, que ya habían rechazado muchas de las reformas de Draghi.

Cuando en el 2018 los periodistas preguntaron a Lagarde, directora del FMI por aquel entonces, si quería trabajar para las instituciones europeas, ella contestó con un rotundo «no», enfatizando su compromiso con el FMI. Pero en julio fue propuesta por los líderes europeos como candidata a presidir el BCE y ella no dudó en aceptar. De hecho, aunque su nombre había sonado para el puesto, su falta de formación como economista -tuvo una formación universitaria multidisciplinar que incluyó Derecho, Ciencias Políticas e Inglés- y de experiencia en banca central favorecían a otros candidatos. Tras graduarse trabajó para Baker & McKenzie como abogada y llegó a la política de la mano de François Fillon, quien le dio el Ministerio de Agricultura y luego la cartera de Economía. Fue en verano del 2011 cuando Lagarde asumió la presidencia del FMI y defendió políticas monetarias laxas para combatir los síntomas de la crisis financiera.

Fueron precisamente las medidas que tomó su predecesor, Mario Draghi. El italiano lanzó un programa millonario de compra de deuda pública y privada para reducir la prima de riesgo en los países más endeudados del sur de Europa. Adicionalmente, Draghi bajó los tipos de interés de referencia, dejándolos en 0% desde 2016, lo que ha estimulado la inversión, el consumo, pero a costa del ahorro. Un mes antes de abandonar el BCE, el expresidente lanzó un nuevo paquete de estímulos, volviendo a comprar deuda y bajando los tipos de interés que el BCE paga a los bancos por depositar su dinero en las arcas del banco central a -0,5%, lo que implica que el BCE cobra a los bancos por este servicio.

Dicho paquete fue duramente criticado por funcionarios de los bancos centrales de Alemania, Holanda y Austria por castigar a sus bancos y ciudadanos ahorradores, y por favorecer el endeudamiento del Sur, la creación de burbujas financieras-inmobiliarias (el alza de precios de la vivienda en varios países europeos es una de las mayores preocupaciones de la población) y la creación de empresas zombi. Además, los tipos nulos limitan el margen de maniobra de los bancos centrales a la hora de combatir futuros estancamientos o recesiones. Sin embargo, Lagarde defiende su mantenimiento hasta que la inflación remonte, argumentando que los ciudadanos son más felices teniendo trabajo en vez de ahorrar.

La presidenta tiene claro el limitado poder de la política monetaria a la hora de reflotar la eurozona e insiste en la necesidad de usar también la política fiscal, algo que ya había defendido Draghi. Lagarde tendrá que usar sus dotes comunicativas y diplomáticas para convencer a los dirigentes de estos países acreedores de que necesitan políticas fiscales expansivas e invertir en infraestructuras, especialmente Alemania.

Respecto al programa de compra de deuda, Lagarde desea seguir con ella, pero insistiendo en la compra de activos verdes, discriminando entre empresas y gobiernos para incentivar que los países cumplan con sus compromisos del Acuerdo de París.

A pesar de las buenas intenciones iniciales de Lagarde, muchos políticos alemanes, holandeses y austriacos temen que la francesa transforme una institución independiente de la presión de gobiernos y de perfil técnico en una altamente politizada. El mandato principal del BCE se limita a «mantener la inflación en un nivel inferior, aunque próximo, al 2% a medio plazo», objetivo que debe prevalecer según los ortodoxos germanos. Sin embargo, Draghi ya convirtió al BCE en una entidad con objetivos múltiples y un amplio conjunto de herramientas. Lagarde podría añadir la lucha contra el cambio climático y la coordinación con la política fiscal de los Estados miembros, que minaría significativamente la independencia del BCE.

* Profesora de Economía Internacional en la Universidad Pontificia Comillas

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