La caída del muro de Berlín no puso fin a la Historia, como se dijo con gran optimismo, pero sí acabó con la dialéctica de la guerra fría, basada en la estrategia de la destrucción mutua asegurada. Sin embargo, dejó un fleco sin resolver, el del primer conflicto caliente dentro de aquella congelación militar. La guerra de Corea (1950-1953) acabaría con un armisticio, no con un tratado de paz, y perpetuaría la división de la península coreana entre un norte alineado con el bloque comunista y un sur vinculado a EEUU. Pionyang es hoy un anacronismo, pero un anacronismo muy peligroso por una imparable carrera armamentística que le ha llevado a lanzar ayer el mayor desafío habido hasta ahora con el ensayo de una bomba de hidrógeno. La peligrosidad no solo depende de Kim Jong-un, sino de la respuesta que se dé a su reto. Y requiere cabezas muy frías. La amenaza de Trump de lanzar fuego y furia sobre Corea del Norte solo ha servido para dejar al desnudo la verborrea presidencial mientras Pionyang seguía lanzando misiles y probando otra potente bomba. Las sanciones, muy suaves, impuestas hasta ahora al régimen de Kim no han funcionado. Queda mucho margen hasta un embargo total. Falta que EEUU, Rusia, China, Japón y Corea del Sur se pongan de acuerdo. Europa tiene poco que hacer en este conflicto, pero el comunicado conjunto de Angela Merkel y Emmanuel Macron revela una situación altamente peligrosa..