No por anunciada es menos preocupante. La reelección por mayoría absoluta de Viktor Orban confirma la deriva autoritaria de Hungría, consolidada por el segundo lugar obtenido por el partido Jobbik, aún más ultra y autoritario que el reelegido Fidesz, y por el hundimiento de la oposición socialdemócrata. La mayor preocupación que debe suscitar esta victoria es la de que afianza a la llamada «democracia iliberal», le da carta de naturaleza y refuerza a partidos parecidos en países de Europa central y del este, ya sea en Polonia, la República Checa, Eslovaquia, incluso en Austria, y también en los países más pobres y corruptos de la UE como son Rumanía y Bulgaria. Sin embargo, la concentración geográfica de aquellas democracias nada liberales en una parte de la Unión no significa que el resto esté a salvo. Países de tradición democrática más o menos larga, como Francia, Holanda, Alemania o Italia, han visto aparecer la amenaza autoritaria. Estos países han sido capaces de frenarla, pero no de detenerla por completo. La amenaza sigue ahí, agazapada. O incluso bien visible, como en Italia, donde el líder de uno de los partidos que puede acabar en la colación de gobierno que se intenta montar, Matteo Salvini, de la Liga Norte, se declara admirador de Orban (también de Putin). O cuando el Partido Popular Europeo al que pertenece Fidesz, en vez de condenar su deriva autoritaria se da prisa en felicitar al ganador.