Aunque no todos los que se declaran demócratas lo sean, hemos de reconocer que la palabra democracia tiene gancho. Incluso sirve de camuflaje a los antidemócratas. La prueba es que la tiranía soviética llamaba a los regímenes que estaban bajo su férula «democracias populares» y la dictadura franquista se titulaba «democracia orgánica». Casi lo mismo sucede con el vocablo «centro» y sus adjetivaciones -centro derecha, centro puro y centro izquierda-, pues a ningunos les gusta que los sitúen en la derecha estricta, aunque, bien mirados, sean, en ideas y obras, plenos reaccionarios.

Al hilo de lo anterior, analizaremos, en principio, las tres derechas que en los últimos tiempos cohabitan en este país. La última, que vivía solapada y se ha incorporado al elenco, ha sido Vox, que ofrece acentos marcadamente totalitarios y arcaicos, pues los gerifaltes manifiestan su inconstitucionalismo, deseando la supresión de las autonomías que, sin olvidar defectos, son el santo y seña más característico de la democracia concretada en la Carta Magna del 78. A renglón seguido, mientras muestran su admiración por Franco, al que no apean de «generalísimo», ensalzan a José Antonio Primo de Rivera como un estadista modélico. Opinión que chirría en la democracia vigente pues el fundador de Falange dejó escrito que el mejor destino de las urnas electorales es romperlas y la mejor dialéctica la de los puños y las pistolas. ¡Vaya modelo! Por todo ello, Vox es un partido ultra sin analogía europea, pues decir cosas parecidas del nazismo, ajusticiado en Nuremberg, es delito en Alemania, A los ultras italianos ni se les ocurre ensalzar a Mussolini, que acabó colgado boca abajo en una céntrica plaza de Milán. Y la señora Le Pen pone buen cuidado en no alabar a colaboracionistas tan intensos como Petain y Laval. Por cierto, este último estuvo amparado por Franco hasta que a De Gaulle se le hincharon las narices y le comunicó al dictador que si no se lo entregaba en 24 horas vendría a por él.

Resumiendo: nuestra extrema derecha no tiene parigual europeo, aunque PP y Cs no lo piensen así.

Otra derecha, la más clásica y perenne, la de toda la vida, es la que representa el PP, heredero directo y jactancioso de aquella Alianza Popular de Fraga -seis de sus diputados votaron negativamente la Constitución y Aznar hizo propaganda en contra de su aprobación en referéndum-, que siempre integró en sus filas a los votantes criptofranquistas del país. Esta derecha, alejada en pensamiento y acciones del centro derecha, abominó constantemente de UCD. Lean en el diario de sesiones del Congreso lo que dijo don Manuel a don Adolfo en la moción de censura que promovió don Felipe. Esa derecha -insistimos- que incluyó en sus listas electorales al tenebroso Arias Navarro y que nunca ha condenado el levantamiento militar del 36, productor de medio millón de muertos. Apreciaciones a las que debemos añadir, por ser un hecho significativo, que el 23-F el golpista Tejero dejó a Fraga Iribarne sentado en su escaño, sin sacarlo del hemiciclo, como hizo con los otros líderes. Con ese pedigrí, declararse de centro derecha es una extravagancia que tiene bemoles o una salida de tono que en Francia llaman boutade.

La tercera derecha, la última que ha aparecido en escena autotitulándose centro liberal marcadamente europeísta, al principio dio el pego, pero en los recientes pactos se ha retratado de cuerpo entero dejando muy clara su esencia, aunque permanezcan formando parte de los liberales de la UE, los cuales cada vez se hallan más incómodos teniéndolos en su grupo. El jefe Rivera, que parecía lo que no es, debe abstenerse, sin necesidad de anudar otros compromisos, en la investidura del ganador de las elecciones. Tendría que hacerlo si de verdad teme que los socialistas se alineen con Iglesias y la compaña soberanista. Pero las cosas están en el aire porque cada día lo vemos más veleidoso, exhibiendo un funambulismo que sería muy aplaudido en el Circo del Sol, diciendo que no pacta con quien está pactando. Negativa falsa, sustentada en explicaciones tan endebles como afirmar que en Andalucía se sirvió de los votos de Vox porque el fin era prescindir de los socialistas que llevaban más de tres décadas en las poltronas de la Junta. Justificación que se ha ido a la porra en Castilla y León donde ha apoyado al PP que lleva en el gobierno regional 32 años. ¿En qué quedamos, señor Rivera? Todo ello, acompañado de puerilidades solemnes, como declararse jefe de la oposición cuando no cuenta con votos para ello. Y exhibiendo actitudes que lindan con el cinismo, como asegurar que no facilitará la investidura de Sánchez, pero atreviéndose a decir que el socialista debe buscar compañía en la extrema izquierda, antiguos etarras, e independentistas fracasados Así, Rivera podrá pasarse 4 años echándole en cara los acuerdos que él mismo propone y, de paso, autojustificando sus pactos con Vox, porque si el PSOE los hace con la extrema izquierda él vende mejor sus inocultables conciertos con la extrema derecha filofalangista. Semejante conducta puede que le haga perder próximos sufragios porque para votar a una derecha filibustera, mejor es hacerlo con la genuina que, además de proclamarse centro derecha, difunde, a veces, que es heredera de UCD.

De esa última inexactitud, que tanto nos desagrada, escribiremos el próximo día.

* Escritor