A comienzos de año uno de los financieros más influyentes y mediático del país, se rasgaba ab irato sus vestiduras ante su alineación por parte de un periodista en las filas de «la derecha». En los inicios del usufructo de una muy suculenta jubilación --cifras astronómicas para el común de los mortales-- se declaraba incompatible con cualquier connotación conservadora. El asombro de los lectores quedaba así asegurado y de la misma manera el triunfo de la axiología política que identifica a dicha ideología con los aspectos más negativos de la existencia individual y colectiva. Con sus orígenes, según es harto sabido, en época de la Ilustración dieciochesca, tal calificación goza en la actualidad española de mayor vigencia que en la mayor parte de las sociedades occidentales forjadas en su crisol. Aquí y allá, en Francia y el Reino Unido, en Austria o en Suecia y hasta en los Estados Unidos, donde unos científicos sociales muy acreditados sostuvieron que el célebre binomio clasificatorio poseía raíces genéticas impresas en el ADN de hombres y mujeres, la crítica contra tan imantadora y radical división entre izquierda y derecha se advierte con creciente vigor, pero aún muy tardígrado ritmo. En nuestro país, intelectuales del mayor predicamento, a la manera del donostiarra Fernando Savater o el barcelonés Félix de Azúa, rompen con frecuencia lanzas por su desaparición y sustitución por otros términos o vocablos en verdad no muy convincentes dadas la complejidad e importancia de la materia, que sobrepasa con mucho el ancho e intrincado de la política más activa y militante, con dicotomías tan simplistas como «pobres» y ricos», los de «arriba» y los de «abajo», «explotados y explotadores», un día con indudable vigencia social, pero hoy sin auténtica sustantividad y urgidos de tal necesidad de distingos y matizaciones que obscurecen más que aclaran las concepciones y posturas que encuadran la cosmovisión de individuos y colectividades.

En España, tras el fastigio alcanzado por la ya clásica división o antinomia en lo más álgido de la Transición, el asentamiento en el poder del socialismo felipista conllevó una apreciable tregua en el rudo combate librado en los medios y en los centros docentes y las instituciones académicas sin excepción alguna sobresaliente. Lo que habría de evidenciarse como una simple pausa concluyó con la llegada a la Moncloa del caudillo castellano José María Aznar, objeto de implacables ataques por el conservadurismo a ultranza atribuido por sus enemigos a su ejercicio de gobierno. En irrefrenable escalada hasta su reemplazo al frente de la nación por un férvido partidario del arraigado binomio izquierda-derecha, el presidente Rodríguez Zapatero, la tensión dialéctica ínsita en sus conceptos reverdeció en periódicos y libros, foros y tribunas parlamentarias en una atmósfera ciudadana crispada por la crisis económica sobrevenida casi por sorpresa en el otoño de 2008.

* Catedrático