Incuestionablemente, la porción más representativa de la derecha española en parcelas sustantivas de su ser y evolución es la catalana. Identificada con plena exactitud en su versión hispana con la burguesía, harto sabido es que tal clase encontró su principal y más temprano bautizo en la realidad social catalana de los inicios de la centuria ilustrada, de singular peso en el nacimiento de la modernidad nacional; y que halló igualmente en tierras catalanas su expresión tal vez más alquitarada en muchas facetas de su identidad. La influencia crucial y determinante en múltiples aspectos de sus gentes en el fenómeno de más alto peralte de la España de los últimos trescientos años --la entrada por la puerta grande del protagonismo mundial de la América ultramarina- así lo testa, sin lugar alguno a dudas y ni tan siquiera a matices. Sin la presencia y aportación de Cataluña en la página más importante y lucida de la historia hispana de las tres centurias acabadas de señalar, la referencia de nuestro país en la reconstrucción del pasado de Occidente en dicho periodo no hubiera poseído el calibre ni la dimensión de la certificada por sus acontecimientos distintivos.

Tales títulos en la progenie del conservadurismo hispano o, más cruda y popularmente, de la derecha española, otorgan sin duda a su versión catalana una relevancia que sería necio rebatir. Frente al concepto unitario si no uniforme de la derecha española, es claro, sin embargo, que la catalana y, con menor patencia, la vasca descubren perfiles singulares en una pertenencia y trayectoria comunes. Así, la derecha «europea», tan del gusto y querencia de los medios periodísticos y, en más de una ocasión, hasta historiográficos, y «civilizada» se restringe, de ordinario, a las susomentadas expresiones. Indudablemente, estas burguesías «periféricas» usufructuaron un estándar material y social superior hasta el desarrollismo y la tecnocracia franquistas al resto de las burguesías peninsulares e insulares. Mas tal rasgo jamás llegó a borrar y ni tan siquiera, comúnmente, a desdibujar sus contornos ni esencias identitarios a escala, repetimos, nacional. Las burguesías valenciana, malagueña, gaditana, coruñesa o tinerfeña poseyeron el mismo código axiológico y muy similares inclinaciones y hasta, en buena parte, iguales niveles educativos y culturales.

En la actualidad más estricta --la única área de atracción para una sociedad civil tan enteca como la española en su conjunto--, el panorama no cabe ya encuadrarlo en las coordenadas precedentes. Dos instituciones configuradoras en grado máximo de la derecha hispana, la Iglesia y el Ejército, apenas si se visualizan en el horizonte catalán y vasco. La primera, afectada en ambos territorios --solares patricios hasta el Concilio Vaticano II de vocaciones masivas y depuradas de los estratos eclesiásticos mayoritarios del país (y, muy en particular, de sus cúpulas episcopales)-- de una crisis espectacular en la práctica de la fe cristiana y reducida, de ordinario, a una activa militancia política de su cada día más menguado clero secular y regular, muestra hoy en la tierra de San Antonio Mª Claret (1807-1870), Santa Paula de Montal (1799-1889) o Guillermo Rovirosa (1897-1964) una presencia cuasi testimonial en la comunidad seguramente más secularizada del occidente de la vieja Europa.

Y en cuanto al Ejército, los diarios impresos, pero, en especial, los digitales, informan cuotidiana y generosamente de la «desafección» visceral de la sociedad catalana más dinámica y de mayor empuje político hacia el estamento castrense, considerada lisa y llanamente su ubicación en el Principado como la de unas «fuerzas de ocupación». El más tosco antimilitarismo constituye doctrina diaria en escuelas y colegios, enfatizándose en muchos de ellos una pedagogía infantil anti-castrense, que destituye de toda vigencia histórica y social los muchos valores cultivados por las Fuerzas Armadas.

Obviamente, el clima conformado por los factores señalados está muy lejos de contribuir siquiera en medida mínima al mantenimiento del humus ideológico sobre el que asienta y crece la planta del conservadurismo y aún menos, por descontado, la de su protuberancia de una derecha en cuya idea de patria las dos instituciones citadas se erigen como robustas e intangibles columnas.

De otro lado, la crisis hodierna del gran partido en cuyo redor giró toda la política conservadora del último siglo de historia catalana y española introduce igualmente interrogantes de fuerza mayor respecto al futuro de la derecha hispana en su versión más light, a la vez que más influyente en los medios y la intelectualidad del país. Un partido como Convergencia i Unió que, a través de la titánica labor de Jordi Pujol, pero también de la no menos importante de Miquel Roca i Junyent --protagonista in diebus illis de una ilusionada, mas también divisoria campaña parlamentaria a nivel nacional-- y del gran sacrificado de la cosa pública actual en el Principado, Josep Antoni Duran i Lleida, logró aglutinar y ser genuina expresión de todo el variado haz de las formulaciones, que no de la identidad, del estamento burgués --comercial, industrial y financiero--, es muy probable que no pueda reconstruirse como sólido plinto de un conservadurismo catalán esencial en cualquiera de sus ropajes para el porvenir inmediato de la derecha española. Su acentuado corte europeísta, su herencia del más subido valor histórico --con plena cotización en la bolsa de una política hispana sin figuras ni tradiciones-- y su indudable poder creativo en planos fundamentales del quehacer público, la convierten por derecho propio en indispensable protagonista de una derecha nacional sin pulso ni rumbo más allá de la trastabillada gestión diaria de los asuntos del día en un país virtuoso en bordear toda suerte de precipicios.

El abocado tras este desdichado otoño de 2017 --política, climática y educativamente...-- no es, por supuesto, de calibre menor. Sin el concurso activo de las fuerzas conservadoras autóctonas, rayará en lo inimaginable la apertura a un horizonte esperanzado de la unidad de la gran patria española.

* Catedrático