Qué hacemos con los viejos? Entretenerlos, aburrirlos y abandonarlos. Cada día mueren en nuestro país 85 personas reconocidas como dependientes, con la ayuda aprobada, pero sin recibir la prestación. Según la estadística del Sistema de Autonomía y Atención a la Dependencia, publicada por el Imserso, las cifras de dependencia en España son un auténtico drama. Como aquel coronel que no tiene quien le escriba, de García Márquez, 265.811 personas esperan una carta que no reciben, anunciándoles el cobro de la ayuda que no llega, a pesar de tener derecho a ella, tras ser reconocidas como dependientes por una exhaustiva inspección. Las cifras son alarmantes y dependiendo de la comunidad donde las personas desvalidas residan soportarán más o menos tiempo de espera. En cuatro comunidades autónomas se superan los dieciocho meses en lista: Canarias (785 días), Extremadura (675 días), y Andalucía (621 días). Son las tres comunidades más retrasadas, las peor pagadoras. Y como todo es comparable, dentro del mismo estado español, en el País Vasco el tiempo de espera es de 137 días, en Navarra de 155 días y en Castilla y León de 191. Estos datos explican que, a pesar del incremento paulatino del número de atendidos de los últimos dos años, el ritmo sea claramente insuficiente para absorber la demanda existente. Por primera vez desde 2016, el número de personas con derecho reconocido en espera de atención ha aumentado. Así, hasta noviembre de este año, la cola ha crecido en número de personas en espera de valoración del grado de dependencia y en espera de atención mediante servicios o prestaciones hasta llegar a las 423.000 personas pendientes de algún trámite, más de la mitad de ellas son andaluzas, en total 123.000 solicitantes. Ahora, díganme ¿en qué ha quedado la Ley de Dependencia, bandera de los derechos sociales en la era Zapatero? De su gobierno, dos legislaturas, bien pocas cosas quedaron, pero sí la ley de matrimonios homosexuales, el intento de organizar la Memoria histórica y el rescate de los muertos sin sepultura y, por supuesto, la integración de la ley de dependencia para asistir a las familias y a los familiares que cuidan de los abuelos desmemoriados y con decadencia física y psíquica. Todo lo demás, y especialmente en su segundo mandato, fue naufragio. Mas la ley de dependencia la respaldaron todos los partidos y con gran esperanza la vivieron los familiares, exhaustos de días y noches entregados al servicio de sus mayores, especialmente las mujeres de la casa. Hoy, años después de aquella ley esperanzadora ¿Quién confía en la ayuda a la dependencia, tan justa y necesaria como aplaudida lo fue en su alumbramiento? ¿Qué podemos esperar de ella? Tan solo administrar con rigor lo ahorrado y confiar en la genética o en la buena suerte.

* Periodista