Rara perplejidad o peculiar envidia me produjo el artículo de Ballesteros Pastor, aparecido el jueves, 7, en las páginas de opinión de este periódico. ¿Cómo es capaz nuestro escritor de sustraerse a tanta lluvia negra? ¿Alejarse o ensimismarse entre sus casi materiales fantasías hasta el extremo de percibir con cada uno de sus sentidos la embriaguez por una difícil inocencia? Unos sencillos nardos, pese al descaro, la vehemencia, soberbia y hasta discutible aroma, capaz, según nuestro admirado amigo, de alejarlo al idílico lugar en su propia casa. Allí, qué envidia, en lo más alejado de tanta y tanta inclemencia como no dejamos de sufrir, que nos atormenta: seres sin hogar, sin trabajo ni esperanza.., injusticias por doquier, situaciones tristes por el paro de familiares o allegados, sufrimientos sin luz de nuestros hermanos catalanes.Por fin, ese reciente temblor de tierra, a ultimísima hora, como un azote más al único soporte, ya envenenado, en que sobrevivimos. Mágica y fuerte es la imaginación del escritor para disfrutar o comunicarse con sus nardos. Lo mío es envidia.

El más grave y cercano de los males o el dolor que no cesa por ser disputa seria y creciente entre, cuando menos, vecinos, si no viejos comensales y hasta parientes. Catalanes, charnegos, castellanos….: gente normal, educada y honesta, con heredados deseos de vivir en una ¿mal entendida libertad?, con o sin España. Se vocea en la amplitud de los medios que eso no les conviene y, si acaso, alguna voz con lo contrario. Cuestión aparte: millones de seres humanos, no de locos, catalanes o no, tienen un sueño, una herencia, algo con lo que nacieron, como se nace con una piel, un idioma, un parentesco, una queja, una esperanza: algo que empezó a sonarles en la cuna. Unos principios rancios… De lo que no se puede prescindir porque constituiría una traición a los sentimientos más antiguos o familiares con que la mayoría vinieron al mundo. Personas y generaciones educadas en eso; buenas, hospitalarias, generosas, trabajadoras, solidarias y amantes de los hijos, que no han conocido otras ideas, sin que signifique ingratitud o profunda traición.

Todos recordamos el trato por los medios conservadores y no tanto: no compres, no trates… No quieren ser españoles… Ya tenían sus razones para provocar estos barros. Fueron alejados de España porque se sentían despreciados por la manera en que eran tratados. El Estatuto los había calmado y «los españoles de pura cepa» les siguieron hurgando la herida e hicieron lo posible por echarlo todo a perder: geométricamente crecieron los deseos y las distancias hasta ser millones. Porque son millones, ¡millones!, los que claman con honestidad y con los que España, Madrid.., todos tenemos que hablar. Gente que siempre abrió y abre sus puertas y que, quizá, después de hablar, de comprobar, con generosidad y afecto, no las quieran cerrar. No son enemigos ni violentos. Escuchemos sus buenas razones, sus buenas intenciones, sus ideas, pero no acosemos colectivamente a tantas y tantas buenas personas. Además, que son millones. Tiene que haber una fórmula para el regreso de esos afectos con la normalidad. Que aparezcan las respuestas donde empiezan a quemar los miedos, los odios, las ofensas… Hablando nos entendemos, y de tú a tú, sin humillar. La Constitución quedó como está en una época distinta y es evidente que hay muchas cosas que no se cumplen y también quedaron escritas en ella. Muchas cosas que se escribieron con la misma tinta. Tenemos obligación de hacerlo antes de agarrar la piedra. Fórmulas que nos calmen, que mitiguen la arrogancia, el orgullo, ese miedo a perder para siempre ese pedazo de España, diferente, quizá, más que otros, pero entrañable y con el que convivimos. ¿No quieren seguir con nosotros? Habrá que verlo, averiguarlo. Y solo podremos saberlo con una pregunta seria, sin trucos y amenazas de mafiosos; la pregunta ordenadamente formulada. Que sepamos lo que podemos perder o ganar. El diálogo, el respeto y la pregunta. No sabemos cuántos. No lo sabemos y dialogar, preguntar, es fundamental en democracia. La imposición o la amenaza no dará buenos frutos.

* Profesor