El ayer nunca deja de pugnar por ser futuro. Ocurre con todas las materias que trata el hombre. En ocasiones sus profecías se cumplen y observamos, incluso maravillados, acontecimientos cómo en la última final masculina del Grand Slam de Tenis de Australia compiten Roger Federer y Rafa Nadal, dos grandes deportistas que sobre todo son historia. Pero no es lo habitual. Lo normal, la rutina casi, es contemplar cómo el que no pudo llegar al culmen de sus ambiciones persiste en ello a pesar del tiempo, la lógica y hasta el decoro en ocasiones.

Otros, quizás los menos inteligentes o capaces, aprovechan las experiencias más brillantes de quienes sí fueron realmente decisivos con las que intentan escalar hasta la consecución de sus metas. Una de esas personas es Albert Ribera, siempre con citas de Suárez, Kennedy o Churchill en la boca, pero todavía sin haber obtenido una frase propia a la que otorguemos el mérito de ser recordada.

En las últimas semanas dos políticos protagonistas de numerosas portadas informativas recientemente, pero muy castigados, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, pugnan por romper las camisas de fuerza que les trenzaron sus respectivas formaciones políticas y volver a proclamar a gritos el no que los apartó del liderazgo absoluto. Y en sus formaciones políticas respectivas se reavivan de nuevo las ascuas de la inquietud, y el mundo político entero gira la mirada, arruga el gesto y se pregunta: «¿Los unirá de nuevo el no a Rajoy y su música?».

Se hacen cábalas --que insisten en ser muy posibles-- que ven a Iglesias ganador de Vistalegre II por la mínima pero que será suficiente para despeñar a Errejón y su «tropa de vendidos». En el PSOE temen también que Pedro Sánchez y-su-verbo-radical-del-dolorido-por-tantas-injusticias- que-contra-él-cometieron, se apodere de la mayoría del militante político más baqueteado del mundo.

Así que se presiente de nuevo a ambos repartirse juntos un gobierno de ficción: el uno pensando que se comió al PSOE por fin, y el otro seguro de que fue él quien salvó el honor del partido de la rosa. Esa es la historia de ficción con la que sueñan, porque lo que ocurriría en realidad, si a la postre el pasado se impone al futuro, es que el PSOE entrará en el colapso previo a la agonía de la muerte y la barbarie se apoderará de Podemos.

Pero puede ocurrir. El demonio de los milagros se muestra generoso de nuevo con el mundo. Reparemos sin ir muy lejos en el regalo con que ha distinguido a Norteamérica; ni el mismísimo Dios, tan pendiente de la nación de la tierra que más le nombra, ha podido impedirlo. Los corazones rotos del hombre blanco no soportan por más tiempo a los globalizadores y echan mano de las fronteras de nuevo. Ese demonio duerme desde la pasadas navidades en el vértice más alto de la Torre Eiffel.

* Periodista