Todos sabemos que el concepto de Democracia se originó en la antigua Grecia y se ha ido aplicando a través de los siglos sucesivos con muy diversas variades organizativas, adaptndose a la heterogeneidad de naciones, de sociedades y de las circunstancias cambiantes de las épocas. En cada país las reglas para garantizar la convivencia democrática --que son las leyes-- presentan marcadas diferencias, sin que se pueda decir por eso que son países más ni menos democráticos.

Pero sucede en algunas comunidades (y concretamente dentro de esta llamada «piel de toro» en la que habitamos) que políticos, a quienes nuestra ciudadanía les ha otorgado el ejercicio del poder, albergan ambiciones y proyectos secesionistas, rupturistas con el orden democrático constitucionalmente establecido. Y que son precisamente esos políticos y gobernantes quienes invocan a todas horas a la Democracia (palabra que repiten cansinamente en todos sus discursos) con la pretensión, más o menos consciente, de engañar a los ciudadanos repitiendo sin cesar, por ejemplo, que «votar es siempre un acto democrático», o que existe un supuesto «derecho a decidir» sobre la parte del territorio donde uno ha nacido, segregándolo del resto de la Nación común. Amparándose precisamente en este supuesto derecho, se permiten descaradamente violar las leyes del Estado, mofarse de la Constitución y del ordenamiento jurídico, rebelarse contra las decisiones de los más altos tribunales, desobedecerlos... En una auténtica Democracia, las acciones y decisiones de cada día adoptadas por los tres poderes del estado (el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial) son actuaciones que rigen el funcionamiento previsto por las normas que sustentan la Democracia, y quienes quebrantan o incumplen las leyes (que representativamente entre todos hemos acordado) no pueden presumir de ser demócratas.

Ser demócrata significa, ante todo, haber adoptado la actitud, libre pero irrevocablemente comprometida, de acatar y cumplir las leyes que fundamentan y garantizan nuestra seguridad y el bienestar de nuestra convivencia. Tenemos suficiente cultura política y democrática para saber que las leyes se pueden cambiar, que muchas veces es necesario cambiarlas --o modificarlas y matizarlas--, y que de hecho las sociedades evolucionan cambiando las leyes y adaptándolas a las también cambiantes y emergentes situaciones... Pero quienes se lanzan a la calle para obstaculizar el funcionamiento de los órganos representativos, o agrediendo a las autoridades y alterando el orden público, no tienen derecho a autoproclamarse demócratas.

Lo anterior no quiere decir que no sea democrático que los ciudadanos se manifiesten y se concentren públicamente para reclamar o protestar por algo que consideren injusto del comportamiento de los órganos de gobierno, o de los funcionarios, etc., siempre y cuando lo hagan cumpliendo los trámites y las condiciones democráticamente establecidas. No obstante, cuando algunos ciudadanos instigan a las masas para que perpetren acciones violentas o delictivas con el propósito de atacar al sistema democráticamente establecido, las autoridades, que son las únicas legitimadas para ejercer la fuerza coercitiva con el fin de asegurar la seguridad ciudadana, deben intervenir para impedir los perjuicios que tales acciones ilegales o desmedidas puedan provocar. Y lo ejecutan a través de sus policías y agentes del orden, y si fuera necesario de su ejército, si bien debe hacerse siempre de manera proporcionada y amparándose en las atribuciones legalmente establecidas.

Es necesario que siempre tengamos en cuenta, cuando hablamos de Democracia, que nos estamos refiriendo a un sistema propio de sociedades que han alcanzado un alto nivel de madurez y de estabilidad, donde su población ha conseguido mayoritariamente un desarrollo educativo y cultural considerable, del que por muchas deficiencias que se le reconozcan (siempre serán susceptibles de modificarse o superarse), tenemos derecho a sentirnos orgullosos como individuos y como sociedad.

En frase atribuida repetidas veces a Wiston Churchill. (seguramente el personaje histórico al que más frases y pensamientos se le han atribuido) se suele decir que «la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno». Así es y lo constatamos en la experiencia de cada día. Pero es evidente que el concepto de perfección no es atribuible a ningún proyecto ni logro humano. La perfección es una utopía que, al igual que a las estrellas, nunca podremos alcanzarla, pero que nos guía siempre en el camino del progreso y de una convivencia civilizada, humanizada y benéfica.

* Correspondiente de la Real Academia de Córdoba. Psicólogo clínico/Psicoterapeuta