Siento indignación, pena y vergüenza ajena al escuchar a los políticos independentistas acusados de rebelión. Nadie sabe nada. Todo se organizó solo. De pronto, el pueblo salió a la calle aquel 1 de octubre y había miles de urnas y papeletas y mesas electorales. Y todo eso sin costarle un duro al estado.

No veo mal que un acusado intente defenderse con la estrategia que crea más conveniente. Lo que no veo correcto es que se usen palabras grandes, como pueblo y nación, y se invoquen principios nobles y casi sagrados, como democracia y libertad, en beneficio del objetivo ilegítimo ansiado por estos independentistas que pretender arrogarse el derecho a representar a todos los catalanes y robárnoslo al resto de españoles.

He aquí algunas justificaciones de su desacatado a las advertencias y sentencias del Tribunal Constitucional en contra del referéndum y las leyes de desconexión:

Meritxel Borras: «Yo tenía una disyuntiva fruto de un programa electoral y de Gobierno en el que se nos instaba a llevar a cabo el referéndum».

Raül Romeva: «No hay ni un solo tratado internacional o europeo que prohíba el derecho de autodeterminación y la Constitución Española tampoco tiene ninguna disposición que lo prohíba».

Jordi Turull: «Que el Govern se debe por ley al Parlament, que el Congreso despenalizó la convocatoria de referéndum, que votar nunca puede ser un ilícito en una democracia y nuestro compromiso con los ciudadanos de Cataluña.»

Oriol Junqueras: «Nada de lo que hemos hecho es delito. Nada, absolutamente nada. Votar en un referéndum no es delito. Trabajar por la independencia de Cataluña de forma pacífica no es delito. Nada de lo que hemos hecho es delito, nada».

Como se ve, los independentistas acusados de rebelión se han coordinado para responder a las acusaciones de intentar romper unilateralmente nuestro país con declaraciones políticas grandilocuentes, pero totalmente ajenas a la realidad. Siguen empecinados en construir su mundo aparte e imponerlo con su victimismo y sus instrumentos propagandísticos y coercitivos a esa mayoría de catalanes y españoles que no comparten su añeja visión de una Europa desperdigada por una miríada de naciones estado desconfiadas, autárquicas y aislacionistas.

Lo más lamentable de esta pesadilla es el vergonzoso uso que los independentis-tas hacen de la democracia, el referéndum y el mandato del pueblo. Retuercen estos conceptos, los desvirtúan y manipulan en su propio interés. Es muy fácil prometer lo imposible y mentir sobre las posibles consecuencias de adoptar ciertas decisiones. Es muy sencillo inducir a la masa a tomar una decisión sobre unos supuestos falsos y luego utilizar esa decisión de un pueblo supuestamente soberano para actuar por encima de cualquier ley, incluida la constitución. En eso consiste el populismo, esa plaga que azota este mundo ya dominado por las fuerzas de la información/desinformación. Lo vemos en la Rusia del nuevo zar Putin y en la America great again de Donald Trump, en el Reino Unido de los euroescépticos y su brexit, en la Hungría xenófoba de Orbán y en la Italia antieuropea de la Liga y el M5E.

Ese mismo populismo, representado también en España por Podemos y Vox, es el verdadero combustible de los independentistas. Combatirlo no es fácil, porque el corazón es más accesible y manipulable que la conciencia y la razón. Sabiendo esto, deberíamos hacer un uso razonable de las fuerzas del corazón con un sentido constructivo para combatir esas fuerzas del mal. Por eso sería urgente construir nuevos mitos y proyectos ilusionantes en torno a la unión, la cooperación y el sueño colectivo de una Europa centrada en lo mucho que compartimos.

Es inmoral usar la democracia como coartada para dividir y destruir. Si el go-bierno de turno preguntara si queremos que se eliminen los impuestos y que todo sea gratuito, asegurándonos que eso no traería ningún problema y que viviríamos mejor, seguramente saldría que sí por amplia mayoría. ¿Y qué haríamos luego con ese mandato democrático?

* Profesor de la UCO