Leo en la prensa que los norteamericanos compran casi absolutamente toda la producción de tres meses del fármaco que ellos fabrican, y que está, al parecer, comprobado para la curación de casos graves del dichoso coronavirus.

Creo que de aquí puede extraerse una conclusión que solo algunos necios olvidarán: que la globalización es un fiasco, y lo confirma la misma expansión del virus y el modo con que, de manera globalizada, estamos destruyendo el planeta.

A la hora de la verdad la globalización solo favorece a los grandes emporios, los que teniendo grandes beneficios son capaces de despedir a sus empleados, en una lucha de avaricia insaciable por obtener réditos. El capitalismo es un buen sistema, que puede generar felicidad social cuando es generoso, como ocurría en los dorados años 60, 70 y 80 de nuestro siglo XX. Recuerdo así, por cierto, la deslumbrante forma de vida que en esa época se dio en Estados Unidos, país contra el que no escribo. Pero la sociedad de consumo no es apta como forma universal y masiva, salvo que, como estamos haciendo, destruyamos la ecología del planeta.

Hemos deslocalizado nuestras empresas para obtener productos más baratos, muchas veces fabricados por mano de obra esclava. Y con ello hemos perdido el control sobre dicha producción. Más nos habría valido pagar un poco más para mantener la titularidad nacional de nuestros productos, lo que nos haría más independientes, manteniendo así los puestos de trabajo de operarios nacionales.

A la hora de la verdad esta crisis del coronavirus nos ha demostrado lo que ya suponíamos: que solo tres o cuatro naciones pueden tener el privilegio de ser nacionalistas, y todas las demás quedan relegadas a países sumisos y globalizados.

Nuestra sociedad, se dice, no será igual después del coronavirus. Tengo mis dudas. El ser humano es el único estúpido capaz de tropezar varias veces en la misma piedra. Los jóvenes que salen ahora a divertirse en masa descuidando la protección sanitaria lo demuestran, y son los que pronto estarán ubicados quizás en centros de poder. Pero, si de verdad tomáramos consciencia de las limitaciones y defectos de nuestra economía y nuestra sociedad, quizás habría aún una esperanza que nos permitiera soñar con formas más humanas de la existencia humana.

* Catedrático de universidad y escritor