No es tiempo de débiles. La nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, Benjamin Netanyahu,Donald Trump, Theresa May, Viktor Orbán, Mauricio Macri, Mariano Rajoy y otros muchos dirigentes mundiales, comparten el desprecio por quienes las circunstancias han colocado en una situación de debilidad e indefensión, sin ni siquiera un papel que les permita ganarse la vida como los demás ciudadanos.

Suu Kyi, que durante sus 15 años de arresto domiciliario fue considerada la Mandela asiática y el símbolo de la democracia y la lucha por la libertad de Myanmar (Birmania), dirige de facto, desde abril del 2016, un Gobierno empeñado en llevar a cabo una limpieza étnica. Las Naciones Unidas ha denunciado que las fuerzas de seguridad birmanas cometen todo tipo de atrocidades contra los rohingya para echarles del país. Esta etnia musulmana se asentó siglos atrás en la región occidental de Rajine (el antiguo reino de Arakán) y otras zonas del golfo de Bengala, pero Myanmar, de mayoría budista, no los reconoce como ciudadanos. En el país malviven más de un millón de rohingyas, que tras el levantamiento del 2012 sufren un continuo deterioro de sus miserables condiciones de vida. Desde la intervención de las fuerzas armadas, en octubre pasado, se han multiplicado las ejecuciones sumarias, detenciones arbitrarias, torturas, violaciones e intimidaciones. Según la ONU, en estos cuatro meses las víctimas mortales se aproximan a un millar.

Bangladés, con un 90% de musulmanes, tampoco quiere a los rohingyas. El Gobierno ha decretado la deportación de los 70.000 que han entrado en el país huyendo de la violencia a Thengar Char, en el golfo de Bengala. Grupos defensores de derechos humanos lo han criticado pero las autoridades de Dhaka afirman que pretenden evitar que la llegada de miles de refugiados altere la ley y el orden. Añaden que será un asentamiento temporal y que los devolverán a Myanmar tan pronto como sea posible.

Netanyahu también es cada día más valiente con los palestinos. El primer ministro israelí no solo mantiene cercada Gaza como si fuese un campo de concentración sino que ha emprendido una carrera contra reloj para doblegar a Cisjordania y acabar con el sueño de un Estado palestino. En contra de la casi unánime opinión mundial, ha autorizado otras 6.000 viviendas en los territorios ocupados y ha conseguido la aprobación por el Parlamento de una polémica ley que legaliza de forma retroactiva 3.800 asentamientos de colonos judíos sobre propiedades privadas palestinas. Ningún dirigente del Estado judío había llegado tan lejos en su xenofobia. Según la ONG israelí Paz Ahora, solo en Jerusalén este, teórica capital de Palestina, hay ya instalados 200.000 colonos en 12 asentamientos. El nombramiento de David Friedman, claro partidario de las colonias, como embajador de EEUU en Tel-Aviv, contribuirá al reforzamiento de esta política.

El símbolo del azote a los más débiles es, sin duda, Donald Trump. El presidente, como los pistoleros de las películas del salvaje oeste, está convencido de que el mundo es solo para los que saben imponerse por la fuerza de las armas o del dinero. Trump no se para en zarandajas filosóficas --«Yo soy yo y mis circunstancias», decía Ortega y Gasset-- que resten mérito a los triunfadores o quieran explicar la desgracia de los perdedores. Igual de lamentable es la actitud de Theresa May, al pretender que expulsar del Reino Unido a quienes han contribuido con su trabajo y su inteligencia a engrandecerlo y conectarlo con su propia historia, ya sea en el continente europeo, en India o en cualquiera de los países colonizados por el Imperio británico. Cerrando las puertas al otro, no se resuelven los problemas internos.

La fiebre contra los débiles se ha convertido en una plaga. Human Rights Watch denunció los abusos de las autoridades paquistanís sobre los 600.000 refugiados afganos que están forzando a volver a su país sin tener en cuenta si hay paz o guerra. Un informe de la ONU sobre la violencia en Afganistán en el 2016 señala que hubo 3.498 civiles muertos, el 3% más que el año anterior, de los que casi mil fueron niños.

Las guerras convierten en débiles y vulnerables a millones de personas, como se ve con los sirios y libios que se han lanzado al Mediterráneo con la esperanza de salvar lo único que les quedaba, la vida. En la otra orilla, los fuertes se han atrincherado contra ellos. Tal vez la voz más discordante ha sido la del húngaro Viktor Orbán, quien ha olvidado que hace poco más de medio siglo su pueblo se levantaba contra la bota soviética.

Macri contra los trabajadores bolivianos o Rajoy contra los subsaharianos son otros de los dirigentes cuyas políticas comparten la misma consigna: ¡Débiles fuera!

* Periodista