Estamos de enhorabuena, en estos momentos, en nuestra ciudad se está llevando el cabo el Campeonato Mundial Universitario de Debate en Español. Por si fuera poco lo organiza la Universidad de Córdoba, encabezada por el director del Aula de Debate de la UCO, Manuel Bermúdez que apoyado en una pléyade de voluntarios que han logrado situar a la Universidad de Córdoba en lo más alto del escalafón del Mundo del Debate. Es altamente recomendable que si tienen tiempo libre se acerquen a Rabanales (hasta el jueves) o a Filosofía y Letras (fin de semana) y presencien algunos de estos debates. Así podrán contemplar ese modelo de juventud preparada y comprometida que desmiente en parte la imagen de unos jóvenes desorientados, apáticos y frágiles que a veces se nos presenta desde algunos medios de comunicación. Jóvenes capaces de discutir y convencer al mismo tiempo que capturan Pokémon (conocí a un entrenador Pokémon nivel 9).

La dinámica de estos debates es simple, unos minutos antes de comenzar a debatir el comité organizador (equipo de adjudicación) propone la moción que se debatirá y el azar determinará qué equipos defenderán una postura a favor de la moción y otros en contra. Las mociones son del todo actuales e interesantes tales : «Esta casa considera que el consumo colaborativo (por ejemplo, Uber y Airbnb) genera más beneficios que perjuicios a las personas de más escasos recursos» o este otro tema: «esta casa cree que, a la hora de votar, cada ciudadano debería pensar solo en sus intereses y no en el bien común». Como verán son temas que dan para debatir largo y tendido.

Durante varios años he asistido como juez a algunos debates pero como profesor de Filosofía siempre me han invadido algunas dudas sobre la formación de los debatientes.

Los debatientes se encuentran haciendo malabarismo y si me apuran hasta equilibrismo, por una fina cuerda que delimita la formación de ciudadanos con un pensamiento crítico óptimo, razonable y que mejora la calidad política de la población frente al lado oscuro del mundo de debate: la demagogia, el sofisma. Al tener formato de competición los participantes tienen que buscar líneas argumentativas, a favor o en contra de la moción, de igual peso. La finalidad de la competición es llegar lo más lejos posible pasando rondas, ya sea a favor o en contra, y el objetivo es convencer al jurado. A veces es muy difícil discernir entre los ganadores que defienden posturas contrarias porque se logra argumentar con bastante solvencia cualquiera de las dos opciones, de manera que al final, lo que decanta la balanza, son los adornos del debate, la escenificación, la templanza, la oratoria, el lenguaje gestual...

El problema puede surgir cuando el único objetivo es convencer, persuadir. Sobre todo porque en la sociedad actual las técnicas de persuasión son muy sofisticadas y apenas dejan atisbar las líneas argumentativas que quedan relegadas a la parafernalia del espectáculo. Estos debates corren el riesgo de convertirse en un espectáculo y se puede caer fácilmente en la demagogia convirtiendo a los debatientes en sofistas (en el sentido más peyorativo del término).

El debate ha tenido siempre buen predicamento en las sociedades democráticas porque a la hora de debatir lo que se defendía era una postura vital, una posición real, una ideología política donde palabra y obra estaban unidas. Cuando un debatiente respaldaba una postura en un parlamento solía venir acompañada de una coherencia vital que demostraba su línea argumentativa. De no ser así se le consideraba hipócrita y, por muy buena línea argumentativa que tuviese, su mensaje perdía valía por incongruencia entre el dicho y el hecho (a pesar de correr el riesgo de ser identificado esto como una falacia) El problema de un debate académico está en esta falta de conexión entre la oratoria y la vida real de los debatientes. Al romper este nexo de unión entre el debatiente y la realidad de su vida corremos el peligro de estar formando a demagogos y disipar esa labor pedagógica tan necesaria para los tiempos que corren. Por esto me manifiesto contra el debate sin más, debatir por debatir es un bonito y estimulante aliciente para fomentar la convivencia o demostrar conocimientos, competencias y habilidades, pero si no introducimos una formación cívica unida a un pensamiento crítico óptimo estamos fomentando demagogos que buscan más el efecto emocional del discurso que su aplicación cívica. Esperemos, por el bien de todos, que nuestros debatientes sepan mantener el equilibrio entre esa fina línea de la argumentación y la demagogia.

* Profesor de Filosofía

@srjosekarlos