El Foro Económico Mundial ha invitado a Greta Thunberg. A la mayoría de los asistentes a Davos no les ha gustado lo que ha dicho. También ha acudido Donald Trump. Y tampoco les ha gustado a todos. Pero Davos es un foro inteligente donde los asistentes no buscan fans sino soluciones, donde no pelean por un “ike y pretenden debatir antes que asentir. Ahora que hasta los últimos marxistas ortodoxos, como Thomas Picketty, aceptan que las ideas mueven el mundo y son, como mínimo, igual de poderosas que los medios de producción. La digitalización ha acentuado esa primacía del conocimiento como previó Daniel Bell. Pero las ideas, para ser transformadoras, deben huir del fanatismo. Por eso en Davos invitan a Thunberg. Y no se les ocurre esa troglodita idea de dejar de escuchar al que piensa diferente, incluso desde la más tierna infancia con el pin parental.

Davos plantea este año una dialéctica inspiradora. Contrapone el capitalismo inclusivo con el capitalismo de los accionistas. El esquema tiene más enjundia económica de la que aparenta a primera vista. En el capitalismo inclusivo tiene cabida la preocupación por la sostenibilidad, por la desigualdad o por la cohesión social. De manera que en Davos se habla estos días de anatemas como la economía circular o las auditorías verdes. Posiblemente la mayoría de los asistentes no están de acuerdo con estos planteamientos, pero no optan por la solución de los terraplanistas: negar que la sociedad hoy se preocupa por estos temas. Y en esa abstracción que llamamos sociedad están los clientes, los accionistas, los trabajadores, los directivos y los reguladores de las empresas. De manera que, como señala el manifiesto que Davos promueve para actualizar sus compromisos de hace 50 años con vistas a la Cuarta Revolución Industrial, las empresas deben tener un “propósito”. Lo explica magníficamente Sergio Rotke en su libro Expuestos y lo ha recordado esta misma semana el presidente del Círculo de Economía, Javier Faus.

Atendiendo a Davos, igual resulta que el futuro no se juega hoy en la dialéctica entre derecha e izquierda, entre mercado y Estado o entre globalización y proteccionismo. La verdadera batalla cultural en la que se dibujan las nuevas formas de la economía y de la sociedad se libra entre el capitalismo inclusivo y ese reverdecer del capitalismo sin trabas que encarnan los Trump, los Bolsonaros y los Johnson. A escala local es la confrontación entre la diputada Rocío Monasterio que se permitía visar proyectos arquitectónicos sin título y el ministro José Luis Escrivá que lleva toda la vida estudiando cómo el gasto público puede medir su eficacia. La barbarie contra la razón no es nada nuevo. La novedad es el descaro con el que algunos defienden aislar a sus hijos, y a sus empresas, del marco común. Es decir, tratan de que perdure el capitalismo no inclusivo. Esperemos que la nutrida representación española que acude al Foro entiende que Davos es ahora más incompatible con Vox que con Podemos. Los que escuchan a quienes no piensan como ellos tienen la suerte de entender mejor lo que ocurre en el mundo.

* Periodista