La historia reciente de los Estados Unidos de América, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, nos muestra un hilo conductor en su política internacional pegada como una lapa al mantenimiento de conflictos de baja, media y alta intensidad. Según estuviesen en el gobierno republicanos o demócratas, la intensidad podía ir cambiando, pero todos mantenían una línea común de mantener las ascuas encendidas.

Cabría preguntarse cuáles son los intereses concretos que mueven a la Administración norteamericana a este diseño de políticas beligerantes. Durante un espacio amplio del siglo pasado todo giraba alrededor de la Guerra Fría y la lucha por el control de la hegemonía mundial frente a los tentáculos de la URSS lo justificaba todo.

Desde principios de este siglo, su modus operandi no ha cambiado sustancialmente, aunque sí han modificado su prioridad de estrategias y amenazas, centrando un amplio porcentaje de sus fondos a la lucha contra el islamismo radical. Más allá de Al Qaeda o ISIS, que serían enemigos suficientes como para mantener un alto grado de militarización del país y suculentos contratos con las empresas de armamento de EEUU, los distintos presidentes han utilizado el plano internacional según sus propios intereses coyunturales.

Así, dependiendo de los niveles de aceptación de su gestión, recurren sin ningún tipo de disimulo a distintos conflictos de baja intensidad o latentes, elevando dicho nivel sin importarles para nada las circunstancias que provoque en las zonas concretas. Durante el Gobierno de Trump hemos visto situarse al borde del cataclismo los casos de Corea del Norte, Irán, Nicaragua y Venezuela. Todo vale con tal de mantener encendida la llama de la amenaza de los peligros exteriores, para tapar las delicadas situaciones internas y para algo especialmente relevante y ruin: el beneficio de las empresas de armamento.

Prepararse para la guerra reporta enormes ganancias a estas empresas y la conexión entre política exterior de EEUU y dichos beneficios empresariales está en el trasfondo de las distintas situaciones de conflicto que vivimos actualmente. Si estas empresas invierten o no en crear climas de inseguridad, aumentar los niveles de conflicto interno en distintos lugares y provocar la necesaria intervención de los Estados Unidos, es un tema que difícilmente se podrá demostrar. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de la utilización descarada que desde la Casa Blanca se hace de estas situaciones de conflicto.

Alguien puede pensar que doy rienda suelta al argumento de la conspiración escondida, pero en Relaciones Internacionales siempre hemos de plantearnos las preguntas de rigor para analizar los conflictos: a quién perjudica, a quién beneficia, quiénes son los máximos interesados. Respuestas simples a estas cuestiones nos arrojan un haz de luz que orienta hacia el control del petróleo, aumento en los presupuestos militares, beneficios empresariales y desviar la atención sobre la pésima gestión interna para elevar el manido espíritu nacional.

Donald Trump se encuentra ahora en este momento de encender o avivar varios conflictos al mismo tiempo para distraer al personal de sus bajos niveles de aceptación. Mucho me temo que antes de la posible reelección provocará una intervención militar de EEUU en alguno de ellos para obtener rédito político y beneficios extraordinarios para el lobby del armamento. Las consecuencias y daños que sufra la población civil no importarán nada, serán daños colaterales.

* Experto en Relaciones Internacionales y Cooperación