A casi todos los periodistas y lectores de diarios de mi generación les ha gustado Los archivos del Pentágono. Es excelente como película. Pero todavía es mejor como testimonio de lo muy grande que llegó a ser el buen periodismo de los años de oro del papel. Aquella prensa naturalmente no siempre le echó el pulso de la verdad a tipos tan llamativos como Nixon. Pero en infinitos sitios y momentos hubo, en la segunda división, periodistas y editores que lo hicieron ante alcaldes corruptos, policías abusones y sucios especuladores con mucho poder local. Se jugaron el futuro personal y la continuidad de sus medios sin la menor posibilidad de que sus gestas trascendieran y les convirtiesen en gente reconocidas, como sí fue el caso de Katherine Graham y Ben Bradlee, la editora y el director de The Washington Post.

Confieso que desde El Campeón (el niño que asiste en el ring a la muerte de su padre boxeador) no se me habían mojado tanto los ojos en un cine. Fue cuando el jefe de talleres del diario grita «¡dale!» para que la rotativa empiece a imprimir la verdad sobre Vietnam que querían censurar tanto Nixon como los amigos de los responsables de The Washington Post. El diario defendía algo que suena a ingenuo: contar lo que los ciudadanos tenían derecho a conocer. Es un principio menospreciado en esta era digital de las mentiras verdaderas en que la comunicación tiene más protagonistas --aparentes periodistas o no-- que trabajan para distorsionar partidista o publicitariamente las cosas, que informadores que intenten contarlas. Es esta etapa en que muchos de ustedes prefieren las versiones espectaculares de impacto antes que las argumentadas. O la superficial información-entretenimiento antes que las más pesaditas claves ocultas de lo que sucede. En el cine había mucho por llorar además de mi nostalgia personal -a los 20 años trabajé junto a la linotipia corrigiendo líneas de texto en plomo- y aquel momento sublime del «¡dale!».

Como esto va de noticias voy a darles una: aún hay periodismo decente, todavía hay hermanos de aquellos que le amargaron la gloria al mentiroso Nixon. Y en muchos sitios. En general, muy puteados, sin saber cómo desearían ustedes enterarse de las cosas porque mucha gente decente cree que la información veraz y no subvencionada/condicionada por algún poder o interés puede lograrse gratis.

Y añadiré con pequeña maldad un ejemplo: saben que existe hasta el trío Puigdemont-Forn-Trapero que, sí, aunque lo negaron tuvieron información previa de la CIA sobre maldades que podían suceder en la Rambla, no quisieron que eso llegase hasta ustedes, e intentaron desprestigiar al mensajero periodista antes de enviar hacia la incineradora el papel de la prueba. «¡Dale!».

* Periodista