Por el Viaducto, debajo de ese puente tan romántico que lo quitaron y que enlazaba nuestra ciudad con su parte de la Sierra, había un pub que creo se llamaba la Tercia. Ahí iba yo de jovenzuelo con mis colegas de siempre y siempre veíamos a un muchacho enjuto que salía de un deportivo del año la pera que encima le cruzaba los dos laterales una raya blanca como el coche de aquella serie que molaba tanto de los setenta, Starsky y Hutch. Pues bien, en este tiempo ya se empezaba a escuchar flamenquito gracias a Dios en los garitos sin que tacharan el lugar de macarra. Bueno, como decía, en aquel entonces vimos a un muchacho que parecía tímido y que iba siempre solipandi y que cuando llegaba el momento salía a bailar flamenco demasiado bien para no ser famoso y por tanto con esa seguridad en su cuerpo y en la mirada de la que solo gozan los grandes artistas. Bailaba apasionado, pero sin forzar y también, cuando la cosa lo requería, se movía suave como un junco del río haciendo frente a la brisa; imprevisible pero relajado. Como no podía ser de otro modo, quise conocerle y a raíz de ahí empezó una bonita amistad. Lo conocimos solo pero hoy tiene una legión de seguidores. Curro Sendra es un flamenco cordobés distinto y digo distinto no solo porque baila bien y no imita a nadie sino porque es el único que todavía conserva esa bondad y realeza de la que gozaban aquellos cordobeses flamencos de los sesenta que mostraban su arte en el Mesón los Califas de la Judería como Arango, Finito, la Tomata, el Mangui, Pilar de Córdoba, etc, los cuales vivían del flamenco, pero solo les cobraban a los señoritos. Al resto, su arte lo repartían sin dudarlo más o menos como las Cabalgatas de Reyes Magos reparten caramelos a los niños. Un criterio que casi se ha perdido aun cuando antaño el dinero era más necesario. Pero Curro Sendra es un joven de aquellos y por ello quizá sea el último artista callejero que vive por y para dar su arte a sus queridos paisanos. Un cariño puro y sincero que le hace ser errante sin descanso desde La Fuensanta a las Palmeras, desde el Sector Sur al Brillante, desde el Centro a la Letro, desde Fátima al Barrio Naranjo, y así hasta cada rincón de la antigua ciudad de los Califas. Y todo porque sabe que el flamenco da mucha felicidad. Él es como un lorquiano trovador que quiere que todo el mundo se entere de la suerte que significa ser andaluz. No se me olvidará aquel rato que me regaló a mí cuando aquella noche a las tantas que llovía a cantaros y que nos pusimos pingandito, accedió a bailar debajo de la ventana de mi esposa mientras yo le cantaba, y cómo se reía cuando todas las ventanas del vecindario se abrieron menos la de mi casa. Jeje. ¡Currillo, te camela to Córdoba!

* Abogado