La nueva política ha hecho envejecer de forma prematura y vertiginosa al joven político --liberal y reformista él-- Albert Rivera. En efecto, desde que irrumpió en la política catalana colgado en un cartel electoral con las manos delante, tapándose sus partes pudendas, y la retaguardia totalmente desprotegida, han transcurrido pocos años, pero suficientes para que, groseramente, haya dejado al aire sus auténticas vergüenzas, al más rancio estilo del viejo político, y se le haya hecho crónico el resfriado trasero que su descuido le ha acarreado.

¿Cómo, si no, hay que valorar el «tejemaneje» opaco que se trae entre manos --que ya no tapan sus vergüenzas-- para intentar controlar las listas del partido? ¿Qué tiene de nueva y reformista política el auténtico «pucherazo» que ha aflorado, muy a su pesar, en las primarias de su partido para la Comunidad Autónoma de Castilla León? ¿Cuántos pucherazos se han producido en su partido en otras circunscripciones electorales y se están ocultando deliberadamente? ¿Hablamos de trasfuguismo, señor Rivera? ¿qué concepto «liberal» tiene usted de la democracia? (desde luego se aleja Vd. mucho del que tenía Clara Campoamor, y su correligionaria, Inés Arrimada, aún más). ¿Formará parte, si llegara el caso, o facilitaría un gobierno de derechas condicionado por el voto de Vox? ¿Por qué ha enviado al «exilio» europeo a su mentor económico, Garicano, y lo ha sustituido por un cocacolero de muy dudosa vocación de servicio público?

El señor Rivera, cuando llegó a la política, oteó la concurrencia política --cada vez más desoladora, por cierto-- y, mirándose al espejo, se dijo a sí mismo: aquí hay un presidente de Gobierno. Y dicho y hecho, ¡a por la Moncloa!, con una ansiedad tan desaforada que le lleva a «tirarse a todos los charcos», habidos y por haber, que cree le pueden llevar a la Presidencia del Gobierno: fichajes «estrella» que, a su vez, pueden estrellarse, recursos desesperados al Constitucional para silenciar la labor del todavía Gobierno en funciones, el «invento» del feminismo «liberal y moderno», etc. etc. etc. ¡Patético, señor Rivera!

Pero el caso del señor Casado --un líder formidable según su Geppetto político-- es aún más patético. ¿Cómo puede decir este personaje que el Gobierno, con sus viernes sociales, está financiando su campaña electoral con dinero público, cuando hace tan sólo unas semanas se descubrió que su anterior «señorito» --y él mismo-- se habían beneficiado de campañas electorales financiadas con mordidas al erario público? ¿Qué idea tiene de la democracia cuando pretende, para provecho obsceno propio, dejar huérfanos de voto a potenciales votantes de Vox? Señor Casado, allá por la tierra de las meigas hay alguien que se está frotando las manos y alegrándose de sus enormes meteduras de pata y ausencia total de liderazgo para desembarcar en Génova. Sólo espera el momento oportuno.

Finalmente, también resultan un poco patéticas las declaraciones de la portavoz de Podemos, Irene Montero, alardeando de las mejoras sociales que está sacando adelante el Gobierno de Pedro Sánchez como si fueran propias, olvidándose de la gravedad de la situación por la que atraviesa la izquierda de este país que necesita, más que nunca, sumar y no restar. Señora, sus adversarios políticos no están en el PSOE sino en el tripartito de derechas.

En fin, en circunstancias normales todas estas evidencias políticas llevarían a la ciudadanía de uno u otro signo al hastío y al alejamiento del activismo político, en el mejor sentido de la palabra. Lo que pasa es que España es un país que, entre unas cosas y otras --el acentuado déficit cultural entre ellas-- está curada de espanto.

* Economista