La culta e independiente poetisa Wallada ya escribió «Estoy hecha por Dios para la gloria, y camino, orgullosa, por mi propio camino». Mujeres aguerridas que clamaban ser ellas mismas las dió esta tierra hace ya mil años. ¡Como no luchar las de ahora contra la violencia machista! Doscientos años antes, Ziryab, el músico, apodado el «mirlo negro», se había convertido, sin imaginar que hasta Paco de Lucia lo veneraría, en el precursor en el mundo de la guitarra española y flamenca. Y no contento con ello, refinó la corte cordobesa y se convirtió en el mayor influencer de la historia de esta ciudad. Sin Ziryab ni el cepillo de dientes, ni el cristal para beber en copas, ni las peluquerías y el corte del flequillo.

Somos historia y cultura y hoy, esta ciudad construida no solo de piedras, sino de hombres y mujeres que tejieron nuestra simiente como en ningún otro sitio, se desangra culturalmente.

La cultura está tocada de muerte por el maldito virus y aunque no seamos los únicos, en la única ciudad declarada cuatro veces Patrimonio de la Humanidad debería doler especialmente y ser objetivo prioritario para quienes tengan responsabilidades.

Porque somos historia y somos cultura es por lo que viene en gran medida el turismo a Córdoba, ese motor que nos mueve. La cultura es antes que el turismo. El turismo que debemos cuidar es el que además de pasear por el Patio de los Naranjos, venga a asistir a un buen espectáculo flamenco, a visitar nuestros museos, o llamado por una exposicion antológica.

Un turismo que compre artesanía de cuero, o de plata, un turismo que admire los poemas colgados en las ventanas o escuche, verso a verso, su lectura. Que asista al teatro, que admire a nuestros pintores y escultores, o que venga a un concierto de esa guitarra nuestra. Ese turismo del que tanto dependen los sectores más afectados por la maldita pandemia, la hostelería y la hospedería, ese turismo que tanta falta nos hace, viene en gran medida en busca de nuestra cultura, esa de la que no quedarán ni los huesos si alguien no lo remedia. Sin cultura no hay, ni habrá, nada.

En una ciudad en donde la cultura vivía al filo, en una ciudad en donde pocas veces se reconoce el talento a sus hijos aplaudidos fuera, los homenajes como el de hace unos días al flamenco era de justicia, pero habrá que hacer algo más para coser los bolsillos rotos de esos hombres y mujeres que quedaron paralizados y que no tienen nada. Digo yo que algo nos habremos ahorrado con tanto evento cultural suspendido y digo yo que ese dinero debiera ayudarles a ellos. A nuestros artistas.

* Abogada