Échame a mi la culpa, de lo que pase» cantaba Albert Hammond a mediados de los setenta y así, arrastrando con la culpa, logró una canción de éxito. Un auténtico hit como se decía entonces, pero hoy la culpa no la quiere nadie, no mola, ni por amor ni por cualquier otro sentimiento. Ahora que gozamos de libertad, soñada por aquel tiempo, en cambio nadie quiere ser responsable de nada, la culpa siempre es de otro: la culpa es tuya. Un tonto listo de Avilés, porque no puede ser otra cosa, acusado de delito de odio por tuits contra Lorca, se ha defendido en el juicio celebrado contra él argumentando que al poeta lo tenía cruzado desde pequeño. Sin sonrojo, ha mantenido el tontucio, que responde a las iniciales D.L.A. (a ver cuando termina este escamoteo de los nombres de golfos y delincuentes), que por culpa de un poemita que le hicieron aprender en clase se reían de él los compañeros.

Tanto rencor arrastrado desde la infancia le llevó a tuitear «El asesinato de García Lorca está justificado desde el minuto uno por maricón» En el juicio, celebrado esta semana, llegó a decir que «quizás sobraba lo de maricón, pero era solo en contra de Lorca, no en contra de los homosexuales». Le faltó añadir que él tenía muchos amigos maricones. El poema que le había traumatizado de por vida al bocazas de Avilés era Las tres hojas, que dice «Debajo de la hoja/ de la verbena/ tengo a mi amante malo/ Jesús, qué pena!». Me gustaría conocer en qué para la sentencia, o tal vez no, porque me temo lo peor en aras de la libertad de expresión que reclaman para sí quienes más la reducen, pero por otra parte me lleva a esa tendencia cobarde e infantil de echarle la culpa al otro. Cuando el asesino de la catana --hoy en libertad-- acabó con la vida de toda su familia, padres y hermana, dijo que eran los juegos de rol los que le llevaron a tal salvajada; y cuando un joven mató a John Lennon a las puertas de su casa, justificó su magnicidio por la influencia de El guardián entre el centeno de Salinger, que supongo acabó de destrozar la rara personalidad de este escritor que no volvió a escribir; y el norteamericano que atentó contra Ronald Reagan, y que a punto estuvo de cargárselo, adujo la influencia de Taxi driver. Recuerdo estos casos de tres desalmados asesinos de los que he sido testigo por mi edad, pero hay muchos más, y cada vez que nos paraliza una atrocidad de esta índole, como el cruel asesinato de la golfista Celia en EEUU, pronto empiezan las explicaciones tratando de justificar que el autor no estaba en sus cabales. Si a esta estupidez del vecino de Avilés, homófobo, racista y filonazi a decir por sus tuits, le ríen la gracia de las tres hojas, no nos quejemos luego del espanto de ciertos sucesos.

* Periodista