Aunque parezca que la política, esa cosa invasiva, frena todo lo que no sea ella misma y sus ciclones --del último, las elecciones andaluzas y sus delirantes poscomponendas, tardaremos en librarnos--, la vida sigue, siempre sigue. Tenemos aquí el puente de la Constitución y la Inmaculada con sus consiguientes cálculos turísticos y sus recientes paradojas: el deseo de que se llenen alojamientos y restaurantes y el miedo a que se nos llene la ciudad. Y está, por supuesto, la Navidad, cada vez más anticipada, que ayer tomó carta de naturaleza oficial con el encendido del alumbrado y el pregón, a cargo este año de ese gran esteta y animador cultural que es José Campos. Pero ayer, 5 de diciembre, fue también una fecha significativa por otra razón, y es que, como viene ocurriendo desde que en 1985 Naciones Unidas instituyera la efemérides, se conmemoró el Día Internacional del Voluntariado. En circunstancias más normales, este simbólico homenaje al altruismo más desinteresado y a la vez aldabonazo a todas las conciencias hubiera tenido más calado social, aunque solo fuera por estas vísperas navideñas que suelen ablandar, al menos de boquilla, hasta los corazones más duros. Pero el personal está a lo que está, sin que le llegue la camisa al cuerpo ante el sorprendente y amenazador avance de Vox, la ultraderecha de la que todo el mundo abomina, y con razón --lo que no impide que los más posibilistas la incluyan sin rubor en las cábalas para formar el Gobierno autonómico--, sin reconocer que es fruto de lo mal que lo han venido haciendo los partidos instalados en la normalidad del arco parlamentario.

Ha habido, eso sí, una noticia que nos devuelve a ese universo de gentes que ofrecen su trabajo y sus conocimientos a los demás sin esperar nada a cambio, miles de personas que de mil maneras distintas -#MilmanerasdeVoluntariado ha llamado Cruz Roja a su última campaña- regalan solidariamente el tiempo que a veces ni tienen. La buena nueva ha sido que el obispo Juan José Aguirre, el cordobés que desde hace 38 años se dedica en cuerpo y alma a la diócesis de Bangassou, en la República Centroafricana, ha sido galardonado con el premio René Cassin 2018 de Derechos Humanos. Un reconocimiento que se une a otros muchos obtenidos por el buen prelado y la fundación que respalda su labor, entre ellos el Cordobés del Año que otorga diario CÓRDOBA, y que en esta ocasión le llega de un sitio tan inesperado como el País Vasco. Será el lehendakari Íñigo Urkullu quien el próximo lunes, en Vitoria, haga entrega de una distinción, que probablemente monseñor Aguirre no pueda recibir en persona, destinada a destacar la tarea que con abnegación y constancia desempeña contra «la vulneración de los derechos humanos de las personas más vulnerables de la sociedad», según señala el jurado. Un premio que además de respaldar la figura de Aguirre por considerarlo altavoz de los más olvidados en uno de los países más pobres y convulsos de la tierra, da idea de la proyección de la Fundación para la Promoción y el Desarrollo de Bangassou, nacida hace tres lustros en Córdoba, donde mantiene su sede central, que hoy se multiplica con delegaciones en otros muchos puntos del país.

Y ello gracias al esfuerzo desinteresado de voluntarios de distintas creencias y condición. Como los que el pasado fin de semana llevaron a cabo en supermercados la recogida del Banco de Alimentos, o como la cadena humana que convirtió Córdoba en «capital de la solidaridad» tras el rastro de los desaparecidos, o como tantos otros que luchan por un mundo más justo. Personas que nos recuerdan que hay mucha vida más allá de la política.