Habrá que reconocer que la tradición cristiana de la Navidad se halla de capa caída, cosa que no es buena ni mala, solo es una realidad. Al fin y al cabo la Iglesia fue una impostora aprovechando el tirón que tenía en el pueblo la fiesta del renacimiento del sol de invierno, y como la cabra tira al monte la recuperación de estas fiestas para el paganismo es un hecho. Por otro lado, resulta ridículo el esfuerzo inútil de ciertas políticas por erradicar el sentimiento religioso de la Navidad, algo tan estéril como, en sentido contrario, manifestar la queja por la pérdida de la trascendencia navideña, porque la libertad de elección se impone siempre y cada cual elige cómo festejar los días clave del año, sus solsticios y equinoccios, bien de manera instintiva y ancestral o bien dotándolos de un contenido religioso. Más aún cuando los políticos, que nos guste o no son los que marcan por dónde transcurren nuestras cosas, se han entregado a esa absurda carrera desenfrenada del desafío de a ver quién tiene más grande y más potente la luminaria, pero, eso sí, la más ecológica. Esa carrera anual ha generado momentos impagables e irrisorios hasta para el observador menos cáustico; ha sido realmente cómico visualizar las inauguraciones de los adornos en muchos lugares; en Vigo el discurso del alcalde ha sido la apoteosis de la vacuidad almibarada con la opulencia del sinsentido. En Málaga, un Antonio Banderas con gorra se enredó en consideraciones energéticas; el actor (es un decir) cae bien por ser el Rafa Nadal del cine, un buen tipo, pero sigue la tendencia habitual de los cineastas de pontificar con sus cositas intelectualoides. Y eso sin contar las opiniones sobre el asunto por parte del radicalismo que ahora llaman progresismo. Según el antropólogo colombiano Carlos Granés, la política se ha asalvajado y convertido en una puesta en escena teatral, mientras que la cultura se ha domesticado y ya no es trasgresora. Y ahí se resume todo, ediles en la tarima con dos copas de más hablando de luces, y artistas, escritores e intelectuales en el patio de butacas renunciando a iluminar con su luz la calle. Y menos en Navidad.

* Escritor @ADiazVillasenor