Cada año en la Universidad, visiono con mis alumnos de Derecho el discurso original que el 28 de agosto de 1963 pronunció Martin Luther King en Washington tras la Marcha por el Empleo y la Libertad. No lo hago como pieza oratoria, porque esté considerado como uno de los diez mejores discursos de la historia política contemporánea, sino por el valor de sus protagonistas y la fuerza de sus palabras. Y también, porque ese discurso sigue muy vigente en nuestros días.

Esta semana hemos vuelto la mirada al sueño de Martin Luther King, en la conmemoración de los cincuenta años de su asesinato. Y su ejemplo sacude nuestras aparentes certezas y conquistadas comodidades, ante las dificultades de otros muchos millones que yacen tirados en las cunetas del camino. Hoy la raza y el color de la piel, siguen siendo determinantes en el mundo para el ejercicio de la plenitud de los derechos, que nadie nos regala, sino que como seres humanos nos corresponden en esta aldea global que nos pertenece a todos. Por mucho que lo queremos vestir con coartadas internacionales o de privilegios adquiridos, no hay racismo de primera y segunda categoría, todo racismo es igual de pernicioso. Por eso Luther King señalaba que las tensiones no eran entre razas, sino entre las fuerzas de la justicia y de la injusticia.

Una de las grandes lecciones que entresacamos de aquella ofensiva de entereza y coraje ciudadanos, hoy que numerosos colectivos muy vulnerables siguen luchando por sus derechos, es que la única batalla válida es la que se emprende desde la altura moral, desde la insobornable coherencia personal, desde la tenacidad inquebrantable en los valores de la verdad, la justicia, la paz y el amor. Señalaba el Pastor baptista que el odio no puede expulsar al odio: solo el amor puede hacer eso. Los derechos civiles no se regalan por acuerdos internacionales ni gobiernos bienintencionados, solo se conquistan desde la voluntad y la tenacidad de los pueblos, de los protagonistas. Cuando la sociedad española, en su conjunto, denuncie y exija de verdad políticas de integración y de ciudadanía, a pie de obra, estás comenzarán a ser reales y factibles. Pero la ceguera de los acomodados, y el peligro de la ignorancia atrevida y la manipulación contumaz impiden el avance real en la conquista de unos derechos que se basen en la igual dignidad de todos los seres humanos, y que hagan real, de una vez, aquel consenso que en año 1948 alcanzó la comunidad internacional bajo lo que llamó Declaración Universal de Derechos Humanos, y que tan poco importa en los objetivos del PIB o la agenda del IBEX 35.

Hacemos anuarios económicos de forma regular, pero el anuario social, el baremo sobre el estado de los derechos civiles de nuestra población no está aún escrito, ayuno de padrinos o tal vez sea por el escandaloso impacto que representaría. Sí, todos tenemos un sueño, que a veces se convierte en pesadilla al despertar de la realidad. Unas horas antes de morir asesinado, Luther King manifestaba «un día, tendremos que presentarnos ante el Dios de la historia. Y le hablaremos en los términos de lo que hemos hecho. Y me parece que puedo oír al Dios de la historia decir: No fue suficiente» .

* Abogado y mediador