A las decisiones de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) les pasa lo que a las de los obispos, que sean las que sean les llueven críticas y elogios, según el color del cristal con que las miran. Aunque a decir verdad, como hubiera sentenciado mi abuela, solo hay algo que gusta a todo el mundo y es el dinero, el «maldito parné», que es lo único que concita deseos unánimes más o menos reconocidos; el resto está siempre en tela de juicio. La última polémica conocida -o la penúltima, porque seguro que cuando se publique lo que escribo a miércoles ya habrá otras nuevas que la superen- es un anuncio, o más bien una tímida concesión, por parte de la institución que «limpia, fija y da esplendor», según el lema que aprendimos en el bachillerato, al español que hablamos, leemos y escribimos. Se trata de la licencia permitida para una sola palabra, idos, forma de imperativo de la segunda persona del plural del verbo ir, que a partir de ahora podrá convertirse, con el beneplácito de la oficialidad lingüística, en iros. O sea, en lo que todo hijo de vecino afincado en el solar patrio viene diciendo desde hace siglos. Lo dicen y escriben así incluso los hablantes más cultos, salvo que opten por regodearse en el uso del lenguaje arcaizante, lo que suele ser más síntoma de buen humor autoparódico que de elevadas ínfulas en el modo de expresarse.

El caso es que la RAE ha aceptado el uso considerado coloquial de esta forma imperativa pero lo ha hecho con la boca chica -consciente de lo que se le venía encima-. Advierte que lo recomendable es emplear el idos y deja claro que el pleno de la entidad, tras un largo debate en su propio seno, acabó cediendo al iros por recomendación de los académicos novelistas (Pérez-Reverte y Marías), que se sienten ridículos plantando en sus diálogos palabra tan pedante.

De nada han servido los matices de la docta institución, porque no han evitado la réplica de los que se creen autorizados a poner puertas al campo. La RAE, en cuya defensa ha salido el padre de Alatriste en las redes sociales, «no es policía sino notario de cómo hablamos». Y yo añado que una Academia que no se adapte al paso del tiempo y sus circunstancias, como bien sabe y practica la de Córdoba, tiene los días contados. Abrirse a la sociedad, a sus usos y costumbres, es la única salida. Así que sobran las disculpas.