La fe es la creencia en algo, alguien, deidad o doctrina, sin ninguna necesidad de una base racional, empírica o científica. Con lo cual, y con todos mis respetos en la fe de cada cual, me parece una insensatez.

En la película de Indiana Jones La última cruzada, hay una escena que me encanta. Indiana tiene que dar «un salto de fe». Su padre moribundo le pide que tenga fe y que dé un salto al vacío de un precipicio. Aquí se ve como Indiana (sudando más que si se hubiese pasado una hora en la sauna y más estresado que Pocholo cuando perdió su mochila), ante la exigencia de su padre de que dé el paso, con la fe de que no se va a estrellar contra el suelo y morir hecho puré, por fin levanta el pie, estira la pierna hacia delante, y con los ojos cerrados, baja su pie que encuentra apoyo en un puente levadizo invisible.

Ya les digo que la escena me encanta, pero porque es una película. En la vida real, cualquier persona cabal, le diría a Indiana que deje las drogas o la medicación que esté tomando y que ni se le ocurra saltar, por aquello de mantener su integridad física.

A veces usamos mal el término «fe» confundiéndolo con confianza. Y es que la confianza hay que ganársela. Podemos depositar nuestra confianza en algo o alguien si nuestras experiencias previas han sido favorables o bien si alguien, ya de nuestra confianza, nos lo transmite así.

Estoy refiriéndome a la fe ciega, esa que se exige al miembro de una ideología religiosa, política -aunque hay algunas diferencias en esta respecto a la religiosa- o de cualquier otra índole, donde el simple hecho de cuestionarla o exigir pruebas que la sustenten, pone en peligro la permanencia en la misma o ser tachado de hereje, esquirol, traidor o cosas peores, e incluso pudiera costarle su estatus o posición social, laboral o puede que hasta la vida. Sea cual sea la ideología, todas tiene una cosa en común, y es que no reconocerá jamás que pueda estar equivocada, ni sus errores del pasado.

Puede que aún así, el adepto o seguidor, empiece a cuestionarse ciertas cosas, porque lo de la «sin razón» y tener que creer lo increíble, cuesta mucho aceptarlo. Lo peor no es eso, sino que se ha pasado media vida creyendo en algo, a lo que le ha dedicado tiempo, energía, compartido con familiares u otras personas cercanas y ahora tiene que admitir que ha dejado de convencerle, y no solo eso, sino que incluso puede llegar a sentirse decepcionado, engañado y defraudado.

Si nuestra manera de estar en el mundo va dirigida o está gobernada según nuestra fe, podemos errar en nuestro modo de comportarnos y tomar decisiones nefastas, ya que no tiene ninguna base en la que apoyarse ni que nos garantice que sea la correcta. Será la correcta para la doctrina y adoctrinadores, pero no tiene por qué serlo para uno mismo ni para el resto y puede dar lugar a consecuencias desastrosas.

Es por esto de la fe, o bajo su pretexto, que se han hecho guerras, que existió la Santa Inquisición y sus aberrantes torturas, que se haya esclavizado a alguien por su color de piel y que, hoy en día, hombres y mujeres se inmolen con un cinturón de explosivos, que se niegue alguien a recibir una transfusión de sangre para salvar su vida, que se practique la ablación a las niñas en ciertos países, que puedas recibir un trato discriminatorio según la casta a la que pertenezcas en la India, que puedas o no comer ciertos alimentos, que no se te permita donar tus órganos y muchísimas otras cosas más o menos importantes pero que eliminan la capacidad de actuar libremente y bajo la propia lógica, razonamiento y responsabilidad. La libertad de expresión ya se da por hecho que, en realidad, existe más bien débilmente, aunque te hagan creer lo contrario, porque podrás decir lo que te dé la gana, siempre y cuando no contradigas o pongas en entredicho seriamente los principios ideológicos, menos aún los del poder o ideología dominante.

Resumiendo: la fe exige ser incuestionable ya por definición, así que no sé cómo he osado a escribir este artículo. Lo mismo va a ser que soy atea y no presento una identidad partidaria concreta. Nadie es perfecto. En mi opinión, a este mundo le sobran ideologías y le falta sentido común.

* Escritora y consultora de inteligencia emocional. Autora de ‘Jodidas, pero contentas’