No se trata de dar palos al caído. Pero habría que haberle dicho a Rajoy: «No es la economía, paisano; es la ética democrática lo que te tumbará». ¿Pero quién podía hacerlo cuando la corrupción estaba tan extendida que se hacía cuerpo con la acción política y la lentitud judicial alcanzaba cotas de impunidad; cuando se había elevado la corrupción a la categoría de «naturaleza humana» y pringado a todos, beneficiando a unos pocos? No desde luego dentro de su propio partido.

Así es que siguieron con esa estructura «para delinquir», según la sentencia de la Audiencia Nacional, en complicidad durante años con empresas no menos corruptas que ellos, hasta que los casos fueron apareciendo al compás de los imputados y trataron de erigirse en paladines de la anticorrupción. La misma Cristina Cifuentes se jactaba de encabezar esta cruzada. Estaban confiados los del PP en que les bastaba con el latiguillo de que estaba «creciendo la economía y creándose empleo» para que la gente le pasara la impostura.

Demasiado tarde. Estaban desnudando el sistema capitalista que decían defender y minando la democracia que lo cubre como la bella maceta contiene la rosa y el estiércol. Yo sospecho que el mismo capital ha dejado caer, pero no me pregunten por qué. Luego, la valiente y oportuna moción de censura de Pedro Sánchez y una mayoría parlamentaría habría hecho el resto. ¿Pura especulación? Miren la Bolsa.

En cualquier caso, las formas democráticas se han impuesto y Rajoy se ha despedido democráticamente en el Congreso pidiendo perdón si ofendió o perjudicó a alguien. Nobles palabras. Ahora lo acaba de hacer de la presidencia de su partido. Adiós, señor Rajoy, adiós. Yo, que con frecuencia le critiqué desde estas mismas páginas, que ya en 2010 profeticé que, por el caso Gürtel, «lloverá fuego como una maldición bíblica», le pido que me perdone por profetizar sin título de profeta. Pero de lo que no tengo ni idea es de si a él le perdonarán los perjudicados, es decir, el pueblo que ha sufrido los recortes. Y escribo «pueblo» y no «ciudadanos» porque me da mal rollo. Recuerden que en la Transición se incitaba: «¡Habla, pueblo, habla!». Felipe González, por ejemplo, en 1980 lo invocó en su moción de censura a Adolfo Suárez, diciendo: «El pueblo que nos escucha...». ¡Qué tiempos! Pero, cuando el Estado del bienestar mejoró la vida de las gentes, el sentir burgués sustituyó al proletario. Las deudas nos hicieron creernos ricos y abandonamos la lucha de clases y los mismos sindicatos se aburguesaron. El país se llenó de «ciudadanos», concepto liberal que nos hace confundir el liberalismo decimonónico con el neoliberalismo que nos ha traído las mayores desigualdades. Rivera, sucesor de Rajoy en la derecha y en las encuestas, es el mayor representante de esta filosofía en España.

Por eso, cuando Rajoy al despedirse en el Congreso dijo eso de que «dejaba un país mejor que lo encontró», refiriéndose a Rodríguez Zapatero y a la crisis financiera global, me extrañó que nadie en la bancada socialista le respondiera con el mismo sarcasmo: «¡Para herencia, la que tú dejas!».

* Comentarista político