No se puede ser más sensible con el fenómeno de la inmigración que lo que demostró, basándose en su experiencia personal, la compañera Araceli R. Arjona en la columna de opinión de estas páginas del pasado domingo . Demoledoras reflexiones que partían del corazón para llegar a una conclusión razonable: «Si a Europa le queda algo de vergüenza, se pondrá las pilas para empezar a idear soluciones prácticas», cito textualmente.

Pues resulta que un servidor, sin echarle al asunto espiritualidad alguna y desde el punto de vista de un cacho de carne con ojos, con el egoísmo más salvaje del mundo... ¡Llego a la misma conclusión!

Y mire usted, a quien le moleste... no voy a decir «que se fastidie», porque tampoco soy tan insensible, pero al menos le pediría que sea tan egoísta como yo.

Le explico: la cuestión es simple: estoy ya hartito de trabajar, de colaborar para pagar muchos sueldos con mis impuestos y quiero que alguien, al menos, me pague en el futuro la pensión. Por eso me pregunto: ¿qué es eso de que recibamos inmigrantes dispuestos a trabajar en colocaciones que, aún con el paro, rechazan los españoles, y cuando los hemos acogido en el pabellón Vista Alegre apenas tarden unas horas en irse a otras ciudades y países de la UE? ¡Pero si yo quiero que no se marchen! Que se queden en el país con menor crecimiento vegetativo del mundo, en el país donde más preocupan las pensiones y en el que no se hace nada para solucionarlo y en el que necesitamos, como mínimo, la población de jóvenes que se están marchando.

Por supuesto que me gustaría que fuera una llegada ordenada, como se plantea Portugal o como organiza Canadá a través de 50 oficinas distribuidas por todo el mundo donde reclutan nuevos canadienses hasta un cupo de 100.000 al año. ¿De qué nos extrañamos?, es lo que ha hecho siempre Alemania con mano de obra no cualificada española en los años 60 y 70 y, actualmente, con algunos de nuestros mejores cerebros, algo que también han hecho en Córdoba recientemente desde Francia cuando una multinacional de la joyería, que vino a contratar a profesionales de la Escuela de Joyería con contrato desde la salida, vivienda, asesoramiento, formación y manutención en el destino.

¿Qué pasa, que estos países a los que les van las cosas mejor son tontos cuando piden nuestra mano de obra y nuestros conocimientos y no ponen reparos a los migrantes? Por eso, cuando me dicen que los inmigrantes nos quitan el trabajo, nuestras mujeres y ponen en peligro nuestros valores patrios, habría que recordarle a alguno que el trabajo se crea, las mujeres no son propiedad «nuestra» ni de nadie y los valores morales y nacionales se definen por su grandeza y no por la cobardía ante lo que no nos es familiar.

Pero lo que ya toca las narices, o al menos a mi, es cuando se afirma que el inmigrante merma recursos patrios o, hablando en plata, «nos roba». Ningún inmigrante me ha costado ni la décima parte del sueldo de algunos (de muchos) compatriotas a los que solidaria y resignadamente se lo estoy abonando a través de mis impuestos. Y, hombre, cuando ya veo a alguien al que le pagamos el sueldo criticar justo a los que más dispuestos están a arrimar el hombro junto a nosotros... Ya es que me suena a coña, cuando no a tomarme directamente por tonto.